TRABAJO DOMÉSTICO

Por Partido Feminista

Definición del trabajo doméstico
El trabajo doméstico es aquél que realizan todas las mujeres -por el mero hecho de ser mujer- en el modo de producción doméstico. Es un trabajo útil, puesto que requiere la utilización de materiales, el uso del esfuerzo físico y produce unos bienes de uso necesarios para el mantenimiento de la fuerza de trabajo y el tiempo de desarrollarlo. Las estadísticas europeas calculan como tiempo medio que un ama de casa destina a ello entre 27 y 90 horas semanales, según el número de hijos.

El trabajo doméstico consiste básicamente en dos tipos de tareas. Uno es la producción de bienes de uso y servicios: preparación del alimento cotidiano de toda la familia, mantenimiento del vestido (lavado, planchado, costura), mantenimiento del orden y de la higiene del hogar (faenas de limpieza, mantenimiento de los aparatos y elementos que simplifican -pero no eliminan- algunos trabajos, como lavadora, nevera, cocina, lavaplatos, etc. dependiendo esto último del marido y de la buena voluntad de éste). Los servicios afectivos que le proporciona la mujer -eliminación de tensiones, soporte y ayuda moral- transforman el hogar en un refugio contra las presiones sociales y permiten al hombre soportarlas-, además de los servicios de crianza, de educación, etc., respecto a los hijos.

Otro apartado es la adquisición de materias primas necesarias y su administración: las mujeres son las encargadas de la compra de la comida, vestidos, enseres para el mantenimiento del hogar y de la administración de los ingresos del marido para que alcancen el mantenimiento de la familia.

Características del trabajo doméstico
Como hemos dicho en el capítulo sobre el modo de producción doméstico, el trabajo del ama de casa, el trabajo doméstico, no se considera productivo, porque no entra dentro de la producción de bienes de cambio, no produce mercancía. Por tanto no tiene ningún reconocimiento económico.

Partimos de definir el trabajo humano como la actividad con la cual el ser humano obtiene los medios para mantenerse y reproducirse. Al ser humano le es imposible vivir y desarrollarse socialmente sin trabajar. El diccionario nos dice, de la definición semántica, que trabajo es el «esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza». Entendemos riqueza en el concepto más amplio: humana, material, cultural, artística.

Sabemos también que el valor de la mercancía, el producto del trabajo, se mide según la cantidad de trabajo necesaria para su producción. Todos deben comprender, «que el trabajo es la base de toda vida social» -dice Marta Harnecker-. Y nosotras decimos que todos deben comprender que el ser humano es la base de toda sociedad.

El trabajo doméstico crea los valores de uso necesarios para mantener a los individuos. Esos valores de uso que no entran en el mercado permiten que algunos nieguen que el trabajo doméstico sea productivo.

Este trabajo se hace y se destruye, al menos una buena parte, diariamente. Por lo cual se trata de una tarea rutinaria y repetitiva, no sólo carente de creatividad, sino negativo y embrutecedor.

Es realizado por todas las mujeres como algo «natural», pero según a la clase social a la que pertenece el marido las funciones de las mujeres varían. Así la mujer del burgués dedicará más tiempo a las funciones de representación social que a la limpieza de la casa, aunque la responsabilidad de esto último siempre recaerá sobre ella.

Para la mujer es ineludible realizar el trabajo doméstico, aunque en muchas ocasiones tengan que compartirlo con el trabajo de la fábrica, del taller o de la oficina. La mujer debe realizar la famosa «doble jornada», ya que una vez terminada su jornada de fábrica, taller, oficina, tiene ineludiblemente que cumplir con sus deberes de «ama de casa».

Trabajo excedente y trabajo productivo
La mujer realiza en el trabajo doméstico un trabajo excedente, puesto que no sólo ejecuta únicamente las tareas necesarias para su mantenimiento, sino en mucha mayor escala para el mantenimiento del marido y de los hijos. Pero el hecho de que el trabajo doméstico sea productivo y tenga un excedente, del que se apropia el hombre que mantiene a la mujer, no significa que dé plusvalía, como se alega por algunos grupos feministas, o que por no darla no tenga un lugar determinado y completo en la producción, como afirman los partidos políticos. El modo de producción doméstico coexiste con el modo de producción dominante. El trabajo doméstico es trabajo productivo, puesto que produce bienes de uso, necesarios para el mantenimiento de la fuerza de trabajo y produce excedente, pero no da plusvalía. De todo lo dicho se deduce que el trabajo doméstico no sólo es un valor útil, sino también necesario y con valor. Prueba de ello es que en el mercado se encuentran prácticamente todos los bienes de servicio producidos por el ama de casa, que tienen un alto precio determinado.

Valor de la fuerza de trabajo del ama de casa
En el seno de cada una de las familias los individuos que la forman recomponen cada día la energía gastada en el curso del día, mediante el trabajo del ama de casa. El modo de producción capitalista se asienta sobre el modo de producción doméstico. En el sector asalariado, el empresario no paga los servicios que realiza la mujer para el mantenimiento del marido ni la reproducción. Y el Estado, en España, ni ha asumido el coste de tales servicios ni ha impulsado el trabajo asalariado femenino, incluso, aun cuando un estudio de la Organización Internacional del Trabajo muestra que España es el quinto país de la UE con mayor porcentaje de mujeres que no están en el mercado laboral formal debido a las tareas de cuidados. Cuántas amas de casa hay en España? Depende de a quién consideremos ama de casa. La Encuesta de Población Activa (EPA) cuenta a todas aquellas personas que, pudiendo trabajar, no tienen un trabajo remunerado y no están apuntadas a los servicios de ocupación. En ese caso el 11% del total de la población femenina mayor de edad estaría en situación de desempleo y el 22% sería considerada ama de casa.
Así lo afirman un 25,1% de las mujeres inactivas en España, mientras que la media de la UE es del 19,3%. Las mujeres con hijos menores de 6 años quedan especialmente penalizadas: tienen tasas de empleo (66%) muy inferiores a las de los padres en su situación (83%). Representan algo más del 8% de la población mayor de edad.
Ante todo son (casi totalmente) mujeres -concretamente más del 99%- y tienen, en su gran mayoría, más de 54 años (67%). Apenas un 3% tiene menos de 35 años y algo menos del 1% es de sexo masculino. No nos referimos a quienes echan una mano o a quienes comparten la búsqueda activa de empleo con las tareas domésticas. Se trata de aquellas personas que se dedican a tiempo completo al hogar y no cobran por ese trabajo.
Ahora, el 16% de las mujeres mayores de edad se dedica en exclusiva al cuidado de la casa y no está buscando otro trabajo. A grandes rasgos, se trata de mujeres mayores de 55 años sin estudios postobligatorios que residen en municipios pequeños o medianos:
Solamente el 4% de las mujeres que tienen estudios universitarios opta por el cuidado de la casa. El 72% de las amas de casa no tiene estudios por encima de la secundaria obligatoria frente al 33% del resto de la población.
En los pueblos de menos de 2.000 habitantes llegan a ser el 23% de las mujeres, mientras que en las ciudades de más de un millón apenas representan el 7%.

El trabajo de cuidados no pagado hecho por las mujeres supone el 10,3% del PIB español.

La periodista Laura Olías informa en eldiario.es que los hijos lastran la carrera de las mujeres mientras impulsan la de los hombres.
Los cuidados no remunerados lastran la incorporación de las mujeres al mercado formal de trabajo. En España esta “carga” es mayor que en otros países de su entorno como determinante para que las mujeres no tengan un empleo remunerado. Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el 25,1% de las mujeres inactivas en España afirman que no están disponibles para un empleo ni lo buscan debido a estas tareas de cuidado, lo que sitúa al país como el quinto con mayor porcentaje en la Unión Europea. La media de los 28 países de la UE es del 19,3%.
Los datos corresponden a la investigación El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente de Naciones Unidas. El trabajo de cuidados comprende dos tipos de actividades: aquellas de «cuidado directo», como dar de comer a un niño pequeño o atender las necesidades de una persona mayor, y las de «cuidado indirecto», como cocinar y limpiar.
Estas actividades son reconocidas como “trabajo” por el organismo internacional desde 2013, y por tanto han sido estudiadas en sus análisis estadísticos, pero la mayor parte de las necesidades de cuidado en el mundo las asumen personas -mayoritariamente mujeres- que no cobran ni reciben ninguna remuneración por ello.
Y no solo son un trabajo extra para muchas mujeres tras sus jornadas de trabajo remunerado, sino que el factor “cuidados” se erige como “el principal obstáculo para la participación de las mujeres en los mercados de trabajo”, explica la OIT.

Motivo para no tener trabajo remunerado:
Los datos de media mundial de la OIT sitúan los cuidados no pagados como la causa más alegada por las mujeres (41,6%) para justificar por qué permanecen fuera de la fuerza formal de trabajo, mientras que los hombres inactivos solo la señalan en un 5,8%.
En el caso de los varones, el principal motivo para estar inactivos son los “motivos personales” (44,1%), en los que se incluyen “estar estudiando, enfermo o tener discapacidad”.
Aunque en España “los motivos personales” también constituyen el principal motivo (33%) para la inactividad de las mujeres, el porcentaje de las que afirman estar fuera del mercado de trabajo debido a los cuidados en el hogar (25,1%) es muy superior a la media de los países ricos (19,6%) y la de los 28 estados de la UE (19,3%). Las mujeres en España se sitúan en este punto lejos de sus vecinas de Francia (9,8%) y Portugal (13%) y a mucha distancia de los países con menores tasas (Dinamarca, 3,7% y Suecia, 4,5%).
En el caso de los hombres en España, los cuidados son el motivo menos recurrente para justificar su inactividad (2,6%) y en este caso la cifra es inferior a la media de los países ricos (3,4%).

La “penalización” de la maternidad
Las respuestas de las mujeres sobre su situación de inactividad, y las diferencias con los argumentos de los hombres, radican en gran parte en un hecho: la brecha de género en los cuidados. En el presente, las mujeres soportan el 67,6% del total de horas de cuidados no remuneradas en España. En el conjunto del mundo, esta cifra asciende al 76,2% y la OIT destaca que “ningún país registra una prestación de cuidados no remunerados igualitaria entre hombres y mujeres”.

Ellas son las que asumen mayoritariamente estas tareas y las evidencias son múltiples. Por ejemplo, “la penalización en el empleo vinculada a la maternidad” que analiza el organismo de la ONU mediante las tasas de empleo de los progenitores de niños con menos de 6 años. En España, la tasa de empleo para las madres con hijos pequeños es del 66%, mientras que las de los padres alcanza el 83%, casi 20 puntos porcentuales por encima.
La directora del departamento de Condiciones de Trabajo e Igualdad de la OIT, Manuela Tomei, destacó como la maternidad supone en muchos países una “penalización” mientras que la paternidad constituye un “premio de inserción en el mercado laboral”: los padres con hijos de menos de 6 años presentan las mayores tasas de empleo, por encima de la que tienen los hombres sin hijos, mientras que en el caso de las mujeres suele ser al revés.
Desde la OIT recomiendan a España avanzar en la inversión en políticas públicas de cuidado, como la ampliación de los permisos de paternidad y la universalización de la escuela de 0 a 3 años, así como impulsar iniciativas privadas para lograr la transferencia de gran parte de los cuidados al mercado laboral remunerado, “pero debe ser un empleo de calidad”, subraya Tomei.

Soluciones a corto plazo
Es necesaria la inversión estatal en los servicios imprescindibles para que las mujeres puedan insertarse en el mercado laboral, al menos al nivel europeo. Un millón de mujeres más que hombres se encuentra en paro, sin que haya posibilidad de que esta cifra amengüe significativamente en los próximos años, dada la capacidad productiva de España, que ha sido notablemente mermada desde su entrada en el Mercado Común. Con un paro estructural del 14%, que no se rebaja sino que aumenta cuando se está en recesión, las mujeres son las más penalizadas, con trabajos a tiempo parcial, empleos eventuales, sin formación profesional y detenida su carrera por la maternidad. Lo que ha determinado que cuando se han legalizado los anticonceptivos y aborto la natalidad ha descendido hasta ser la más baja del mundo, con 1,3 por mujer adulta, y las 3 décimas se deben a las emigrantes. La edad para tener el primer hijo ha aumentado hasta los 32 años de media, lo que supone que un número significativo de mujeres es madre a los 40 años o más. Al tener que escoger entre su desarrollo profesional o la maternidad, han preferido lo primero.

La socialización del trabajo doméstico
Los cambios estructurales e ideológicos debidos a los avances sociales, económicos y legales logrados por el Movimiento Feminista en los últimos 40 años, han transformado notablemente tanto la estructura familiar como la participación de la mujer en el mercado de trabajo. Es preciso ahora, en el primer cuarto de siglo del siglo XXI, proponerse reclamar la socialización del trabajo doméstico.
“Las reivindicaciones sociales planteadas por las feministas en el orden del día revolucionario unen el movimiento femenino con la lucha y la suerte de los obreros y las obreras; estas reivindicaciones son: oficinas estatales de colocación, cooperativas productivas que vendan sus productos eliminando a los intermediarios usureros; construcción de lavaderos y sastrerías públicos, en los cuales las mujeres del pueblo puedan realizar las necesidades domésticas y reducir el gasto de energías físicas mediante un trabajo común organizado y funcional; comedores de fábrica; obligación de legal de crear escuelas maternales en todas las empresas industriales para que las madres que trabajan puedan dejar en ellas a sus hijos; organización de Casas del Pueblo con restaurantes, salas de reunión y recreo, bibliotecas, etc.”

Estas reivindicaciones de las socialistas y las feministas alemanas se plantean en 1848, como nos informa Clara Zetkin en varios de sus escritos aportados a los Congresos de la socialdemocracia alemana.
En 1905 Alejandra Kollöntai reclama la socialización del trabajo doméstico, con proyectos concretos semejantes a los descritos. Recogían las ideas y experiencias de Saint-Simon y Fourier en sus falansterios y de Robert Owen en sus fábricas colectivizadas.

El ideal de una sociedad que aportara a sus individuos los cuidados y servicios que en razón de sus peculiaridades precisaran es tan viejo como describen los utopistas desde Tomás Moro. Regina de Lamo, la activista cooperativista, a principios del siglo XX trabaja por organizar en España la producción
en colaboración y participación de todos los trabajadores. Las reivindicaciones inmediatas de las feministas en nuestro país se concretan en las conclusiones aprobadas en las Jornadas Catalanas de la Mujer en mayo de 1976, donde explícitamente se exige la socialización del trabajo doméstico, de la educación pública, de los servicios sociales.
Es preciso liberar a las mujeres del trabajo doméstico, ru- tinario, repetitivo, sin compensaciones, y de una productividad tan minúscula como es el servicio diario a unas pocas personas, que se sigue realizando con los mismos protocolos que en las tribus de Jehová, por más lavadoras de que dispongamos. El socialismo no es solo expropiar los medios de producción de los propietarios privados para convertirlos en propiedad colectiva, es también acabar con la familia patriarcal inserta en el modo de producción capitalista, y`, en consecuencia, socializar los servicios personales que presta. No podemos asumir mansamente la inevitabilidad de la organización familiar milenaria, que es en resumidas cuentas la familia patriarcal, ahora con unos remiendos como que los maridos e hijos varones ayuden en las tareas domésticas.
Y la solicitud del permiso parental de igual duración que la baja por maternidad. La argumentación fundamental para defender esa llamada corresponsabilidad entre hombres y mujeres, es que las empresas tendrán la misma motivación para contratar mujeres que hombres dado que el inconveniente alegado por el empresario, de que estas abandonan el trabajo durante seis meses al dar a luz, para no desear emplear mujeres, no será discriminatorio con relación a los hombres.
Ese supuesto avance lo que hace es retroceder en las reivindicaciones feministas, aparte de su inutilidad, porque da por supuesto que la familia nuclear, que mantiene tantos rasgos patriarcales, ha de seguir existiendo tal como se organiza ahora. La mujer, obligadamente, sigue gestando y pariendo y amamantando –los pediatras en tiempos de crisis han descubierto que lo ideal es que el niño lacte SEIS MESES seguidos sin ninguna otra nutrición‒ y el hombre acude a su trabajo como siempre –en tiempos de crisis bastante más oprimido y explotado que antes‒ para seguir manteniendo el sistema.
Es decir, se mantiene la responsabilidad privada de proteger la maternidad y el trabajo de las mujeres, no es la sociedad entera la que debe garantizar estos derechos con la inversión en servicios e instituciones sociales.
Esta reclamación debe de ser prioritaria para el Movimiento Feminista cuando contamos con un millón más de mujeres en paro que hombres, un 23% de media de diferencia salarial, y los trabajos más precarios y peor pagados son femeninos.

Tesis del Partido Feminista de España​

Alexandra Kollontai | La socialización del trabajo doméstico