Por Partido Feminista

Los-as colaboracionistas

O eres parte de la solución o eres parte del problema.

Todos y todas somos colaboracionistas. Era el calificativo que merecían los que colaboraron con los fascistas y los nazis en la Europa de la II Guerra Mundial. Y los que lo merecían sabían que lo eran. Ahora ni se utiliza ni  saben que lo son.

Examinemos el significado de este calificativo, cuya raíz viene del verbo colaborar, nada más. Y eso lo hacemos todos y todas, empezando por el pueblo llano y terminando por las feministas. 

Hoy se usan más los de “Aprovechado, oportunista, corrupto, etc. para alguna de las especies de colaboracionistas”. Al fin y al cabo ya no hay fascistas ni nazis en el mapa europeo, o por lo menos así lo dicen tanto los protagonistas como los medios de comunicación “democráticos”. Y nadie se reconoce como tal.

En la Francia de 1945 llegaron a encarcelar, y no sé si a guillotinar a los que denunciaron por haber colaborado con los nazis durante la ocupación, hoy todo eso queda muy lejos y ya no tiene importancia, porque veamos, ¿cómo no vamos a cumplir con el trabajo y con el colegio del niño, porque hace 80 años hubo una guerra de la que sólo se acuerdan tres o cuatro supervivientes de ella? ¿Y cómo vamos a comer y pagar los impuestos y el colegio del niño si no trabajamos? Pero hace un siglo también se comía y los trabajadores se declaraban en huelga bastante más a menudo que ahora.

Colaboramos con el sistema, lo apoyamos y somos nosotras y nosotros los que le permitimos subsistir. Porque, ¿qué hacemos cuando nos levantamos a hora tan antihumana como las 7 de la mañana e incluso antes, para ir a trabajar puntual y obedientemente a la fábrica, a la oficina, al Ministerio, al hospital, a Correos, a la tienda, al Instituto y al Corte Inglés? Y veo la expresión de disgusto y desprecio de mis lectores y oigo la pregunta : “¿Y si no, qué? Tengo que comer y darle de comer a mi familia, y pagar el piso, que hoy no es precisamente barato”.

 Ciertamente, pero querría recordarles que hace más de un siglo las luchas de los que no querían “colaborar” lograron, después recibir palizas y tortura y prisión y hasta el ahorcamiento, como los “mártires de Chicago”, cuya ejecución conmemoramos el 1 de mayo en todo el mundo, sin que sepamos por qué, lograron legalizar el derecho de huelga, y lo han ejercido algunas veces incluso, auque también tenían que comer y pagar el colegio del niño. Es decir, ahora tenemos el derecho a no colaborar con las órdenes del patrón ni del presidente ni del Ministerio, y el de no presentamos en nuestro puesto de trabajo a la hora impuesta, sin que -de momento- nuevamente, nos ahorquen por ello.

Y colaboramos cumpliendo las normas del Departamento de Estado de EEUU cuando pagamos los impuestos que irán a sufragar las armas que nuestro gobierno enviará después a Israel para que bombardee a los palestinos y a los-las sirios y los-las libaneses y los-las sirios. Algunos colaboracionistas incluso las fabrican.

Y seguimos siendo colaboracionistas cuando pagamos la tarifa del tren que nos ha impuesto la Renfe y la del avión de la que se nutre Iberia, y la de las compañías de la luz y del gas, y el alquiler-hipoteca del chamizo que hayamos conseguido para dormir unas horas cada 24, y cuando nos presetnamos en el juzgado reclamando que se respeten nuestros derechos, y sobre todo cumplimos, entre resignados-as y contentos-as, las las jornadas laborales y hasta alquilamos un Cabyfy, para llegar  tiempo al trabajo, convirtiéndonos en esquiroles de los taxistas, que alguna vez hasta se atreven a no salir a la calle a recogernos porque después de jornadas de 14 horas -los mártires de Chicago fueron ejecutados por reclamar la jornada laboral de 8 horas- se encuentran con la competencia de una de las grandes corporaciones internacionales, que ha descubierto su nicho de mercado-como hoy se dice- en la angustia y la prisa que tienen los-las ciudadanos para ir a trabajar, cuando no hay taxis en la calzada.

Y aquí no hay diferencia entre los de derecha y los de izquierda, ni entre las amas de casa y las feministas. Hay que llegar puntuales al trabajo, al cumpleaños de la madre, al colegio del niño, a la fiesta de Navidad, y, me preguntan, ¿por qué me insulta llamándome “colaboracionista” cuando llamo a un cabify para que no me sancionen por llegar tarde al trabajo, o me encuentre llorando a mi madre o a mi hijo o ya se hayan comido los aperitivos de la cena de Nochebuena? Amigas, camaradas, compañeros, no les insulto, solo les defino.

Los colaboracionistas, que somos todos-as, ni saben que lo son, ni tampoco les parece tan grave.

Al fin, veamos, ¿si no pagamos el alquiler de la vivienda nos desahuciarán, si no pagamos los impuestos nos pondrán un recargo, o incluso una multa, y hemos de parar el coche en los semáforos o volverán a multarnos, y en fin, hemos de cumplir con las obligaciones que tienen todos los ciudadanos-as, de un país avanzado y democrático, y eso lo hacemos todos-todas y a nadie le parece mal, más que a mí que se me ocurre nsultarlos-las con ese anticuado e ininteligible término de “colaboracionista” que hoy a nadie ofende porque, ¿quién va a saber lo que quiero decir? 

Y, en definitiva, si no colaboramos, ¿cómo iba a funcionar el país? ¿Sin policías ni semáforos ni timbre de las empresas, ni obreros ni campesinos ni secretarias? Y sobre todo, ¿sin madres y amas de casa? Y cuando les replicas, “precisamente por eso qué dices eres colaboracionista del régimen monárquico y de los empresarios explotadores y de los gobernantes corruptos, porque sin tu colaboración no podría funcionar el sistema.

Pues eso es lo que yo planteo, que, por lo menos los que se llaman militantes o luchadores antifascistas, sean conscientes, si es que eso hoy es posible después de haber sido adiestrados como “cretinos digitales”, de que son colaboracionistas de todas las explotaciones y extorsiones y represiones del sistema, por ir a la fábrica cada día, y montarse en un tren o en Cabify, y no digamos por pagar los impuestos.

El “summum” de la colaboración es participar, incluso alegremente, en las elecciones rituales que nos organizan, orgullosos-as de hacerlo, que no olvidamos las muchas víctimas que tuvimos de nuestros antepasados-as cuando reclamaban apasionadamente el derecho (o el placer) de ir a votar a quienes nos explotarán en el trabajo, nos perseguirán para que paguemos impuestos y alquileres y multas. Y que acabarán prohibiéndome que escriba artículos como éste.        

 Porque hay que especificar que unos-as son colaboracionistas por pura coacción, pero otros-as lo son por placer. El placer de votar y esperar los resultados que nos den las mesas electorales, para saber quien nos explotará, nos coaccionará y nos reprimirá durante los 4 próximos años. Y por eso, por placer, las mujeres siguen embarazándose y gestando y pariendo y amamantando roros, para facilitarles al Estado, al gobierno, a las empresas y corporaciones internacionales, más obreros-as, campesinos-as y secretarias-os, a los que obligar a levantar se a las 6 de la mañana para que trabajen, para que paguen impuestos y alquileres, y convencerles de que lo hagan por el placer de vivir en un país avanzado, industrializado y democrático europeo. Y sobre todo a las mujeres, para que fabriquen más ciudadanos-as que trabajen y paguen impuestos.

Las feministas se ofenderán si las llamo colaboracionistas cuando quieran tener hijos y gestarlos y parirlos y amamantarlos, que es un puro placer. Mas intenso, incluso, que el de votar. Y que se enfadan conmigo  cuando les digo que se declaren en huelga en vez de embarazarse, a veces incluso pagando.

Les aconsejo que sigan la consigna que enarbolan en pancartas las coreanas del sur: “Ni Dios, ni patrón, ni marido, ni sexo, ni niños”.  

Cariacontecidas y críticas conmigo, algunas preguntan: “Pero bueno, si no tenemos niños, ¿qué será de la especie humana y del planeta?

Y todavía tienen la expresión de disgusto y desprecio que pusieron cuando les contesté: “¿Y a mí qué me importa la especie humana ni el planeta? ¿Tan importantes nos creemos que el universo no puede prescindir de nosotros-as ni del cobro de los impuestos, de los intereses del banco, ni de las cuotas del colegio?  Ya se apañarán las generaciones que me siguen. Yo ya hice lo que pude para protestar y a la vez salvar el cuello. Ahora les toca a los demás. Y antes de parar el planeta, esos-esas colaboricionistas seguirán pagando impuestos y comprando pisos y pagando hipotecas e intereses al banco y comprando, comprando, comprando regalos y porquerías que nadie necesita, porque es Navidad, y fabricando niños y pagando colegios donde les enseñarán a adorar a Dios, a admirar a los reyes y agradecerle a la monarquía que todavía no nos hayan fusilado al amanecer: a levantarse a las 5 de la mañana para darle de ganar la plusvalía al patrono  y a meter su papeleta en la urna electoral.

         ¡Felíz  Navidad!

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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección