Jorge Saura: Tigre de Papel
En una entrevista hecha en 1956 Mao-Tse-Tung, el líder de la Revolución China, dijo: “El imperialismo estadounidense es aparentemente muy poderoso, pero en realidad no hay nada que temer de él, porque es un tigre de papel. Por fuera parece un tigre, pero está hecho de papel y es incapaz de resistir el viento y la lluvia”. Por desgracia, la Historia nos ha demostrado que Mao-Tse-Tung no estaba acertado y el imperialismo estadounidense ha dado numerosas muestras de ser un destructivo tigre real.
En cambio, en España sí tenemos un claro ejemplo de tigre de papel en la extrema derecha: se distingue por sus ruidosas bravuconadas, sus groserías e insultos dirigidos a todas las demás orientaciones políticas, incluidas la derecha moderada, las amenazas y las constantes apelaciones a un futuro apocalíptico. Pero cuando pasa de la artillería verbal de grueso calibre a la transformación del discurso en acciones concretas, muestra rápidamente su debilidad, sus vacilaciones y retrocesos, así como el recurso victimista de asegurar estar rodeada de enemigos de todos los colores políticos para justificar sus fracasos.
Recordemos, sin ir más, lejos el fracaso de las disparatadas medidas que Vox exigió aplicar tras las elecciones autonómicas en Andalucía, cuando sus doce diputados les hicieron imprescindibles para forjar un pacto que permitiese gobernar a la derecha: repatriación de todos los inmigrantes ilegales, impulso de colegios segregados por sexo, derogación de la legislación andaluza contra la violencia de género o traslado del Día de Andalucía al 2 de enero, fecha de la entrega de Granada a los Reyes Católicos. Tras unos días de tiras y aflojas con el Partido Popular y Ciudadanos, Vox redujo las cien medidas iniciales a solo treinta y siete, demostrando con ello su inconsistencia ideológica, ya que estuvieron dispuestos a renunciar a gran parte de su programa político con tal de forjar un acuerdo con las derechas que les permitiese gobernar.
Más reciente es la escasa participación en la manifestación de automóviles y motos contra el Gobierno que Vox convocó en las principales ciudades españolas cuando aún estaban vigentes las medidas de distanciamiento social. Las policías municipales de las ciudades donde se efectuó la manifestación estimaron en seis mil el total de los vehículos participantes, equivalentes a un máximo de doce mil personas, que comparadas con los cuarenta y siete millones que habitan nuestro país arroja un participación insignificante.
Algunos diputados de Vox han agitado hace unas semanas su tigre de papel pidiendo la intervención de las Fuerzas Armadas ante lo que consideran una situación catastrófica para todo el país. La diputada ultraderechista Rocío de Meer, en su cuenta de Twitter ha escrito: “Hoy, más que nunca, es hora de recordarle al ejército que la nación no es lo mismo que el Estado. Y ellos juraron lo primero”.
Otros diputados, como Santiago Abascal y Macarena Olona, afirman que el golpe de Estado ya lo ha dado el Gobierno cuando declaró el estado de alarma y “concentró todo el poder en Sánchez e Iglesias”, despreciando las instituciones democráticas y cerrando el Congreso. Otros van más lejos aún, diciendo que “sé de buena fuente”, “me han llegado noticias”, “he sabido”, etc. que hay militares de alta graduación dispuestos a intervenir en auxilio de España, sin que, por supuesto, citen ni sugieran cuál es su fuente informativa.
Sin embargo, la posibilidad de un golpe militar en la actualidad es prácticamente imposible. Tal vez haya militares que simpaticen con la extrema derecha, pero ni el contexto sociopolítico actual justifica una asonada, ni sería posible que la hiciese un Ejército que forma parte de la estructura militar de la OTAN, organización internacional creada tras la II Guerra Mundial para mantener el capitalismo de estado, la división de poderes y los ejércitos subordinados al poder civil.
En ninguno de los países que forman la OTAN existe actualmente un gobierno que sea resultado de un golpe militar; incluso el gobierno turco, el más autoritario de la alianza atlántica, forma parte de un Estado en el que hay separación de poderes, Parlamento bicameral, partidos políticos y elecciones legislativas. Los militares golpistas españoles, en caso de que los hubiere, no podrían actuar por libre, ya que están sujetos a una estructura jerárquica compartida por varios países.
El contexto actual no tiene nada en común con el de julio de 1936, con un Frente Popular gobernando y una inminente reforma agraria que ponía en peligro los privilegios de la minoría latifundista; además, en 1936 la Iglesia católica que había sido separada del Estado y había perdido muchos de sus privilegios, como la influencia política, las ayudas económicas con dinero público, los colegios religiosos, la enseñanza de la religión en los laicos y que veía su patrimonio sometido a un férreo control del gobierno republicano. Todo ello quedaba reflejado en el famoso “España ha dejado de ser católica”, pronunciado por Manuel Azaña en el Congreso, al que ahora se podría oponer un “España es un país de descreídos” aparecido en algunos periódicos, reflejo de la pérdida de influencia social y política de la Iglesia.
Tampoco se parece el contexto actual al de febrero de 1981, semanas antes del fallido golpe militar del 23-F, con una profundísima crisis de Gobierno, un Presidente que dimite y ETA asesinando militares, policías y empresarios prácticamente cada semana. No existe en la actualidad una sensación de descontrol institucional ni hay ningún grupo privilegiado que vea peligrar sus privilegios.
A pesar de ello, hay miedo en parte de la izquierda a un golpe que, según algunos, no tiene que ser necesariamente militar, pues “ahora los golpes de Estado se hacen sin los militares”, idea reiterada por los obsesos de la conspiración. Aunque es cierto que la intervención activa del Ejército no es imprescindible para que un grupo político tome repentinamente el poder, no es menos cierto que esa toma es posible solo si el Ejército la permite con su pasividad, como ocurrió con la “marcha sobre Roma” que dio el poder a Mussolini o incluso con la caída de Alfonso XIII, que el Ejército habría evitado de haberlo querido.
Hay quien asegura que en España ya se han dado recientemente golpes de estado “encubiertos” sin la intervención de la Fuerzas Armadas, refiriéndose tal vez a la promulgación de leyes impopulares y retrógradas, pero la aprobación de esas leyes siempre se ha hecho respetando los mecanismos legales previstos en la Constitución. Incluso la reforma en 2011 del artículo 135 de la Constitución, que prioriza el pago de la deuda pública por encima de cualquier otra necesidad social, se mantuvo dentro de los límites legales, siendo acordada por PP y PSOE, que entonces sumaban mayoría absoluta de diputados y senadores.
Ahora bien, la amenaza de golpe de Estado, con Ejército o sin él, resulta útil no solo al tigre de papel de la derecha, que cree atemorizar a la población alardeando de un poder y una capacidad de convocatoria que no tiene. También resulta provechosa para el gobierno de coalición que, ante las críticas de mala gestión de la crisis sanitaria o de tibieza para afrontar la crisis económica que se avecina, utiliza el espantajo del golpe de Estado para avisar de que si no recibe apoyo unánime y el exceso de críticas le debilita, ahí se encuentran agazapados los golpistas para intervenir en cuanto vean la menor muestra de debilidad.
Un pueblo atemorizado es un pueblo fácil de gobernar o, mejor dicho, de mangonear. El miedo tiene un gran poder paralizante, sobre todo cuando proviene de algo intangible. La amenaza de un peligro exterior, difícil de ver es un recurso tentador para todos los gobiernos cuando se encuentran en una situación difícil, cuando deben soportar reproches constantes que provienen de sitios ideológicamente diferentes. Es el tantas veces repetido o nosotros o el caos al que han recurrido durante siglos grupos de la más diversa ideología cuando han alcanzado el poder y se han encontrado con más obstáculos y más adversarios de los que podían digerir.
Pero ningún miedo podrá atenazar a nadie cuando descubra que la causa del temor no es otra que un tigre pintado en un papel y sujeto a unos hilos de los que tiran personas preocupadas por la pérdida de poder que sienten inminente.
Jorge Saura, Miembro de la Comisión Política del Partido Feminista
Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección
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