¿Tienen alma los ciclistas?
Mientras veo en la pantalla del televisor el rostro de un niño de Gaza de pocos años devastado por la falta de alimento, con los ojos desorbitados casi saliéndosele de los párpados, las mejillas exangües, los dientes por encima de los labios por falta de carne que se los esconda, oigo las críticas ácidas y rabiosas de periodistas contra los activistas que han interrumpido la vuelta ciclista a España en Bilbao.
Con violencia, repite enfadado y muy pagado de sí mismo alguno de los organizadores o directivos de la competición ciclista. Otro de los intervinientes en el debate interrumpe para decir con énfasis.” “¡Y son los ex etarras de siempre!” añade, afirmación que escandaliza a sus interlocutores en vez de recibirla con agrado. Menos mal, pienso, que esos brutos que nos atormentaron durante medio siglo han hecho algo bien.
Este diálogo está comentado en el periódico que informa de que la Vuelta ciclista a España en su etapa por el País Vasco ha sido interrumpida por un grupo nutrido de activistas que se abalanzaron sobre los que participaban en representación de Israel. Había también bastantes espectadores que comenzaron a apoyar la conducta de los asaltantes. Oigo los comentarios de los locutores e informadores de deporte y cómo se lamentan de que haya tenido que cancelarse la carrera. Algunos patriotas se indignan de que este episodio se haya producido en Euskadi impidiéndoles disfrutar del final de la etapa, porque posiblemente se le suponía ganador al equipo vasco.
Lamentablemente no pude intervenir porque no me habían invitado a la tertulia y por tanto escribo estas líneas para que se sepa qué hubiese querido decir. La primera pregunta está dirigida al resto de ciclistas participantes que de diversos países se vinieron a España a competir para ganar la Vuelta y estaban disgustados por la irrupción de los “ex etarras”. ¿Ninguno de los ciclistas se unió a la protesta de los activistas? Los españoles, y todos los de otras nacionalidades subidos a sus bicis, ¿contemplaron indiferentes a los que increpaban al pelotón gritando consignas a favor de Palestina, contra la admisión del equipo de Israel en la Vuelta a España, condenando el genocidio de Gaza que está perpetrando el gobierno criminal de Netanyahu, y exigiendo que se expulsara a los participantes israelíes como mínima acción de protesta contra las acciones criminales de Tel-Aviv.?
España no ha roto relaciones diplomáticas con Tel-Aviv, no se han interrumpido las operaciones económicas con Israel, ni aún siquiera la venta de armamento al gobierno que está causando el Holocausto del siglo XXI, y ni siquiera se ha excluido a sus ciclistas de la participación en esta carrera que da la vuelta a nuestro país, aplaudidos por algunos de los espectadores que pierden su tiempo y estropean sus vértebras lumbares observando en pie, largas horas, el magistral uso de las piernas de los ciclistas.
¿Y qué han hecho el resto de los participantes? ¿Han mostrado algún disgusto por compartir con los israelíes la emoción y la gloria del deporte? ¿Se han dado de baja para solidarse con los activistas que han tenido que pegarse con la policía, no sé si alguno ha sido detenido? ¿Y los espectadores zombis que contemplan la gesta desde el margen de la carretera, admirados de la habilidad de sus héroes ciclistas?
Y sin embargo, en medio de esa farsa, algunos han tenido el valor de decir basta. En Bilbao, en Cantabria, en Asturias, en Galicia, ciudadanos anónimos se han arrojado al asfalto para parar la carrera, para romper el guion, para que la indiferencia no continúe intacta. Han detenido etapas enteras, han ondeado banderas palestinas, se han encadenado a los guardarrailes, han gritado que no puede haber normalidad mientras se comete un genocidio, un holocausto televisado en directo. Han recibido golpes, detenciones, insultos, desprecio y se exponen a multas que los pueden llevar a la insolvencia, pero lo que han hecho es devolver un soplo de dignidad a este país acostumbrado a arrodillarse ante el poderoso. Y esa dignidad debe multiplicarse, debe prender como fuego en un rastrojo seco un día ventoso de verano, debe convertirse en el ejemplo que todos sigamos.
Porque lo que está en juego no es una carrera ciclista, es nuestra propia conciencia. ¿Dónde están los ciclistas que, con contratos millonarios y egos de acero, callan mientras comparten pelotón con los embajadores del exterminio? Ninguno renuncia, ninguno protesta, ninguno se atreve a plantarse. ¿Es que no tienen alma? ¿Es que solo saben agachar la cabeza y pedalear, como máquinas sin memoria, como engranajes obedientes de un espectáculo podrido? ¿Qué diferencia hay entre ellos y los espectadores que aplauden sin pestañear mientras en Gaza se entierra a miles de niños?
Y, ¿qué hacemos los demás? ¿Los que como yo nos enteramos de esta expresión de protesta por la pantalla? ¿Cómo no estamos allí, en la misma carretera, gritándoles a los ciclistas? ¿Cómo no hemos difundido la consigna de ir con sacos de arena a llenar el asfalto para que no puedan continuar su pedaleo glorioso?
¿Cuándo los ciclistas perdieron el alma? ¿Esos deportistas creen que su única misión en la vida es darle vueltas con los pies a los pedales para llegar a la meta antes que los demás? ¿No pensaron nunca en lo que supone que admitamos en nuestra Vuelta y veamos correr en nuestras carreteras y pueblos y ciudades a los representantes de un Estado exterminador de hombres, mujeres y niños, a los que bombardea con evidente satisfacción, incluso cuando están amontonados y temblando de hambre en los puntos de reparto de alimentos?
Y todos, todos nosotros que somos capaces de ver, en directo, cómo se bombardean las ciudades y los pueblos de Gaza, en los que la mayoría de víctimas son niños, sin que salgamos de casa inmediatamente, a miles, a increpar a los ciclistas y a los organizadores y a los financiadores de la Vuelta, y a los alcaldes de los pueblos que deciden el recorrido y al gobierno del País Vasco que presumirá de lucir en su patria a esos chicarrones de varias nacionalidades, de pantorrillas desarrolladas, para hacer patria, patria vasca, ¿dónde hemos perdido el alma?
¿Y cómo no vamos a felicitar a los ex etarras que se han atrevido a enfrentarse al pelotón y a los guardias y a los periodistas y a los políticos que siempre están para defender a las peores personas, para mostrarse, al menos una vez en su vida, como verdaderos luchadores por la mejora de nuestra sociedad? Y que por un día se han redimido un poco de tantos crímenes y desafueros como cometieron en el siglo pasado.
¿Será cierto que la sociedad española contempla indiferente el holocausto de Gaza y Cisjordania y el exterminio de los palestinos que está cometiendo el gobierno y el ejército israelí? ¿Será cierto que todos nosotros, los hombres y las mujeres españolas, las madres, los padres, los abuelos, los trabajadores, los ejecutivos y los obreros, las feministas y los estudiantes, hemos perdido el alma?
Madrid, 7 de septiembre 2025.
Lidia Falcón – Presidenta del Partido Feminista de España
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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección