¿Qué es la izquierda? III - Cómo se construyó el anticomunismo
Lidia Falcón – ¿Qué es la izquierda? III – Cómo se construyó el anticomunismo – Crónica Popular
En estos momentos de tanta incertidumbre y angustia ante las desastrosas consecuencias a que nuestro gobierno nos ha conducido en la gestión de la pandemia, la controversia sobre el papel que la izquierda tiene que cumplir y las soluciones que debería haber adoptado en la crisis es protagonista de los debates en el seno del mundo político y de los movimientos sociales. En el último de ellos un conocido periodista que apoya incondicionalmente al gobierno, puso como ejemplo a seguir la situación política de Portugal. Tuve que replicarle con lo evidente que tantas veces no se recuerda hoy: que Portugal no sufrió la Guerra Civil española ni la dictadura que nos arrasó cuarenta años, y que por tanto ni la derecha portuguesa es igual a la nuestra ni el Partido Socialista Portugués es el PSOE ni el Partido Comunista de Portugal, que aún sigue existiendo, se ha hundido como el PCE, diluido en ese magma inidentificable de IU, ni mucho menos se ha fundido en el populismo que Podemos representa y que sería algo comparable al Bloco de Esquerda. Y además, ninguna de esas formaciones a la izquierda del PSP ha entrado en el gobierno del país, limitándose a apoyarlo y reservándose el papel de una oposición de izquierda, indispensable si se quiere avanzar hacia una sociedad socialista.
Es imprescindible preguntarse cómo ha sido posible que el PCE que tanto luchó durante varias décadas sea ahora una formación marginal y no tenga ninguna relevancia social. Bueno sería que desde los espacios de estudio y análisis se intentara dar respuesta a esta pregunta, si la Universidad española no se hubiera convertido en una fábrica de malos profesionales que no participa de la vida política, ya que el Movimiento estudiantil ni está ni se le espera.
Pero entre las causas quiero señalar algunas, esperando que muchos otros pensadores y activistas de la izquierda prosigan esta investigación.
La campaña anticomunista desarrollada en el mundo capitalista a raíz del triunfo de la revolución soviética fue la más agresiva y bien financiada de las que el Capital organiza. Comienza cuando todavía no había concluido la II Guerra Mundial, a pesar de que entonces la URSS formaba parte de los aliados contra el nazismo, se desarrolla con una enorme fuerza en EEUU apenas concluida aquella, con la infame Comisión de Investigación de Actividades Antinorteamericanas, y se extiende sin freno en todo el mundo occidental.
En España fuimos más víctimas de la campaña de desprestigio y calumnias contra el comunismo que en ningún otro país. Las potencias aliadas apoyaron sin reserva la dictadura y a Franco le dieron el título de “Centinela de Occidente” contra el comunismo. Todo lo que se escribía en los periódicos legales, todo lo que consentía la censura que se difundiera en la radio y en la televisión era campaña anticomunista. Cualquiera puede consultar la hemeroteca y comprobar la ideología que en esos medios se publicaba. Los relatos de la quema de iglesias y matanzas de sacerdotes durante la República, las acusaciones de destrozar la familia, asesinar niños, hundir a la sociedad en el pecado y el caos a las mujeres que pretendían el divorcio y el aborto, entre otras atrocidades, fueron –y en algunos medios todavía son- temas continuos de propaganda anticomunista.
La escuela, dominada por la Iglesia Católica, adoctrinó a varias generaciones de niñas y niños en el odio al comunismo, al que inundaron de calumnias e injurias. En los colegios de monjas, donde se educaron todas las niñas españolas de buena familia, desde la más modesta clase media, e incluso una buena parte del proletariado en aquellas poblaciones donde prácticamente no existía escuela pública, se las enseñaba a rezar “por acabar con la prensa impía y blasfema”, que era la que no obedecía fielmente las consignas de la Conferencia Episcopal.
Tal continua labor de adoctrinamiento ha sido muy eficaz. Cuando se convocaron las primeras elecciones y las Juventudes Comunistas hacían propaganda del PCE en los barrios de la pequeña burguesía, las vecinas les preguntaban si cuando ganaran ellos les dejarían seguir viviendo en el piso de su propiedad, aunque fuera pagando un alquiler, y otras se desmayaban al saber que los comunistas subían por la escalera para entregar sus panfletos.
Ser comunista durante toda la dictadura, y aún después, era sinónimo de criminal, perseguidor de la libertad, incautador de la propiedad privada, violador de monjas e incendiario de conventos. Todavía fue un éxito que en las primeras elecciones el PCE obtuviera millón y medio de votos, a pesar de la enorme decepción que supuso para el partido, que esperaba, con un criterio fuera de la realidad, que sería el que gobernaría en vez del PSOE.
Una muy conocida abogada, y hoy presente en muchos programas televisivos, decía hace pocos días que ella había estado en el Partido Comunista de España –y fue diputada del mismo varias legislaturas- pero que no había sido ni era comunista. Muchos de los que participaron en el PCE, que incluso militaron en sus filas en los trágicos tiempos de la dictadura y sufrieron la represión, escogieron después al PSOE u otros partidos o simplemente se dedicaron a sus profesiones haciendo gala de liberalismo y democracia. Cuando se les escucha o se les lee no tienen ningún empacho en aclarar que ellos y ellas lo que querían cuando estaban en el PCE sólo era derrocar la dictadura y construir la democracia que hoy impera en España, y no había otro partido que estuviera tan bien organizado y fuera tan eficaz como aquel.
Pero concluida aquella etapa la conciencia pequeño burguesa de todos ellos les aconsejó buscar los mejores puestos en el universo político. Ser comunista como decía en la televisión un campesino nicaragüense, “es muy difícil. Hay cuatro o tres”.
Ciertamente la desaparición de la URSS fue definitiva para que tantos miles de comunistas en el mundo entero o se desanimaran o se inscribieran en las filas del liberalismo para llevar adelante sus propósitos personales y no ser excluidos sociales. Pero esa etapa estuvo precedida por las secuencias del revisionismo de las tesis ideológicas y los programas que se aprobaban en la III Internacional, y que en España, dada la situación terrible de persecución que se sufría, inclinó al PCE a la aceptación del Capitalismo y de la Monarquía. La historia de esa etapa, crucial desde 1968 con los acontecimientos de Praga, explica el proceso de desmantelamiento del mundo comunista y no solo su derrota militar y económica sino lo que ha sido más catastrófico, su derrota ideológica.
De ahí, la cúpula del PCE para camuflarse en unos planteamientos y unas siglas que eliminen el vocablo maldito de comunista inventó Izquierda Unida, y el discurso y la ideología comunista han ido desapareciendo del programa, de las campañas y ahora del gobierno.
Ciertamente los tiempos no son buenos para que el ideario de izquierda tenga la fuerza que se merece. Por ello, Pablo Iglesias cuando montó el tinglado de Podemos lo primero que hizo fue declarar pública y notoriamente que “no era de izquierda ni de derechas” y las lindezas que dedicó a los comunistas se difundieron, y se jalearon, en los primeros años de su andadura política.
Por eso, hoy, es tan difícil que exista una izquierda con un análisis marxista que se atreva a mantener la crítica al sistema capitalista y que plantee las únicas alternativas a esta situación de hundimiento de la economía para que sea realidad de reparto de la riqueza y de apoyo a las clases desfavorecidas.
Madrid, 19 abril 2020.
Artículo publicado en el diario digital CRÓNICA POPULAR. De cómo reconstruir una verdadera izquierda revolucionaria hablaré en próximos artículos.
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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección