Lidia Falcón: La ridiculez de la filosofía
La novedad de este final de año 2017 es que la Real Academia de la Lengua ha aprobado un término nuevo: Aporofobia, que se ha convertido en la palabra del año gracias a la Fundación del Español Urgente, que según nos cuenta la inventora del término, la filósofa Adela Cortina, significa el rechazo al pobre. La invención es poco moderna puesto que, como la propia autora dice, el rechazo al pobre es tan antiguo como la humanidad, pero que al parecer entrado el siglo XXI todavía carecía de nombre. Ya se sabe que lo que no tiene nombre no existe. Por algo Adán le dio nombre a todas las cosas, y por algo las discusiones medievales sobre las categorías universales consumieron varios siglos. Por algo en este tiempo de encubrimiento de la realidad los eufemismos se multiplican. Era por tanto necesario que Cortina viniera a inventar un término que explicara que nadie quiere al que no tiene recursos. «Porque cuando una realidad social malsana actúa sin ser reconocida funciona como una ideología que ejerce clandestinamente su dominación.» Aclara.
Este brillante descubrimiento nos revela que hasta ahora ni la Academia ni la política ni la economía ni la sociedad ni los gobiernos eran conscientes de que al Capitalismo no le gustan los pobres. A pesar de los principios democráticos aprobados en la mayoría de las constituciones modernas que hablan de la igualdad, e incluso establecen recetas para minorar las diferencias económicas, la pobreza sigue existiendo y su aceptación o rechazo actual no difiere mucho del que sentían los que escribieron los Evangelios. Podría sorprender este razonamiento en una pensadora que se declara creyente, como demuestra la blandenguería de su producción filosófica, pero no es este el rasgo más ridículo de su trascendental descubrimiento, que la ha situado en el podium de esa imprescindible disciplina que es la filosofía, sino las recetas que imparte para curar esa enfermedad, el odio al pobre, que según ella «ejerce clandestinamente su dominación».
Me es imposible entender qué es lo que Adela Cortina entiende por «clandestino del desprecio y el rechazo a la pobreza», cuando es público y notorio. No sólo se manifiesta claramente en los actos de vandalismo, más o menos puntuales, y poco relevantes, con que algunos fascistas torturan y hasta asesinan a los pobres, sino sobre todo en las políticas públicas que condenan a la pobreza a 8 millones de trabajadores y que dejan morir por desatención a niños hambrientos, a enfermos, ancianos, gente sin hogar, mujeres que sobrellevan solas la carga de la familia, emigrantes sin residencia, africanos llegados en pateras, refugiados de las múltiples guerras.
Hace tiempo que otros filósofos eruditos mejor armados intelectualmente que la inefable Cortina nos explicaron que la lucha de clases había llegado con el Capitalismo al máximo de explotación de los trabajadores, condenando a la miseria a las masas que daban su plus valía a la industria. «Que las relaciones de producción en las que se mueve la burguesía tienen un carácter dual… en las mismísimas relaciones en las que se produce la riqueza también se produce la pobreza» Era el tiempo en que Karl Marx le espetaba a Weitling, uno de los agitadores socialistas en la Bruselas de 1847, donde tantos revolucionarios de varios países europeos estaban exiliados, fundador de la Liga de los Justos que dará origen más tarde a la Liga de los Comunistas: «No basta con que los hombres sepan que son unos desgraciados, tienen que entender por qué lo son». Esta consigna de acción se enlaza con la tesis XI de Feuerbach «Los filósofos se han limitado a interpretar variamente el mundo; pero lo que importa es transformarlo». En el mismo sentido Marx plantea en la tesis I que «…la falla fundamental de todo el materialismo precedente (incluyendo el de Feuerbach) reside en que solo capta la cosa (Gegenstand), la realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto (Objekt) o de la contemplación (Anschauung), no como actividad humana sensorial, como práctica; no de un modo subjetivo. De ahí que el lado activo fuese desarrollado de un modo abstracto, en contraposición al materialismo, por el idealismo, el cual, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, en cuanto tal.»
En 1848 estallan revoluciones en casi todos los países europeos. Los pobres decidieron dejar de serlo a pesar y por el rechazo y el odio que los ricos sentían hacia ellos. El resto de la historia ya la conocemos. Casi dos siglos de terribles enfrentamientos entre las clases explotadas y los explotadores: sublevaciones, guerras, revoluciones, comunas, unas fracasadas y otras triunfantes, con millones de muertos, desaparecidos, heridos, inválidos, desplazados, huidos, refugiados, hasta encontrarnos en este albor de 2018, en que se están librando dos terribles guerras en África y otras tres en Oriente Medio, millones de desplazados y refugiados piden asilo en Europa y cada año se ahogan varios miles en el Mediterráneo intentando alcanzar las ciudades europeas donde los pobres duermen en la calle. Hoy Adela Cortina inventa un término para explicarnos el rechazo que producen los pobres a los que no lo son.
Quizá me argüirán que se trata únicamente de descubrir un nuevo vocablo, sin las pretensiones que tenían los marxistas de transformar el mundo, y yo hubiera aceptado tan superficial interpretación si la propia Cortina no se hubiese lanzado a darnos las recetas para superar esa aporofobia tan poco generosa con nuestros semejantes desfavorecidos por la fortuna, en un artículo destacado en un periódico de gran prestigio. Aquí están: «Una vez puesto el nombre, es necesario dar dos pasos más…»indagar» las causas de nuestra tendencia a dar con tal de recibir, que excluye del juego del intercambio a los que parece que no pueden devolver nada valioso. Y, sobre todo, intentar desactivar la propensión a rechazar a los peor situados, potenciando el respeto a las personas concretas y agudizando la sensibilidad para descubrir lo bueno que toda persona puede ofrecer, sin exclusiones.» No continúo con las recetas que ofrece la señora Cortina, por mor del espacio de este artículo, propias de Paulho Coehlo, muy en la línea de los melifluos tratados para ser feliz que corren por las redes, inundan las estanterías de las librerías, sirven de placebo a las mujeres desgraciadas y hacen la delicia del sistema.
Cortina recomienda la empatía, la caridad, el respeto a la dignidad de las personas, nos recuerda que la democracia tiene por valores supremos la igualdad y la libertad de todos los seres humanos, y que por tantohay que erradicar la pobreza. «como indica el primero de los Objetivos del Desarrollo Sostenible, y cultivar la propensión a cuidar de los más vulnerables». Valores, principios y objetivos que llevaron a San Francisco de Asís a crear la Orden Franciscana en 1209 para auxiliar y comprender la pobreza, siguiendo el símbolo de la humildad en que se fundó el Evangelio. Por algo Adela Cortina se manifiesta creyente. Muy respetable postura en una sociedad de libre pensamiento y expresión, pero poco si hemos de tomarla en serio como filósofa y creadora que pretende no solo interpretar el mundo sino transformarlo.
Estos almibarados párrafos, donde se condensa la doctrina de la filósofa para erradicar la pobreza, hace 30 años no habrían tenido espacio en ningún medio de comunicación que no fuese confesional católico, y desde luego la Universidad no la habría tenido en cuenta. Pero desde entonces se han sucedido acontecimientos trascendentales: la caída del Muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética, el desmembramiento de Yugoslavia, Checoslovaquia, la escisión de las repúblicas Bálticas, el imperio sin límites de EEUU y de la OTAN, el dominio económico de las oligarquías europeas, el avance de las formaciones políticas neonazis y la imposibilidad en España de recuperar la República tras la dictadura, con la aceptación de la monarquía y el sistema capitalista, para que los filósofos católicos al estilo de Jaime Balmes, que siguen haciendo llamamientos a la conciencia personal, tengan en el día de hoy el reconocimiento de nuestra Academia y de los medios de comunicación.
En ese mismo exilio bruselense de 1847, Marx publica La Miseria de la Filosofía. Es un opúsculo de cien páginas en el que critica acerbamente el socialismo utópico de Proudhon expuesto en los dos tomos de su celebrado texto La Filosofía de la Miseria aparecido aquel mismo año. En él califica de inconsistente e idealista la exposición que de la explotación laboral hace Prudhon, exigiendo «salir de la filosofía para analizar el mundo en la nueva perspectiva de la economía política, basada en el deseo de cambiar la sociedad. La filosofía debe ser el arma intelectual del proletariado.» Para concluir con la frase de George Sand «Le combat ou la mort, la lutte sanguinaire ou le néant. C’est ainsi que la question est invinciblement posée.» (El combate o la muerte, la lucha sanguinaria o la nada. Esta es la cuestión que está invenciblemente planteada)
En 1848, Friederich Engels y Karl Marx publicarán El Manifiesto Comunista, y harán suya la consigna de Flora Tristán: «Proletarios del mundo, ¡uníos!». Ciento treinta años de luchas de las clases trabajadoras nos han enseñado que ese fue el principio del verdadero combate contra la pobreza.
Hoy Marx para criticar la inane teoría de Adela Cortina no hubiera titulado su libro La Miseria de la Filosofía, lo hubiese titulado «La ridiculez de la filosofía».