Feminismo institucional Partido Feminista
Feminismo institucional Partido Feminista
El artículo de Laura Freixas publicado en La Vanguardia el 23 de diciembre de 2010, a raíz del homenaje que me rindieron las compañeras feministas estadounidenses, Linda G. Levine, Gloria Waldman, Elizabeth Starcievic y Kathleen Johnson, con la participación de otras numerosas compañeras y compañeros, profesionales de distintas disciplinas, como pudisteis ver en los programas que os envié, y del que agradezco los elogios que contiene, manifiesta sin embargo comentarios y críticas a las que deseo y necesito responder, no solo por lo que a mi concierne sino también a las compañeras americanas y españolas. Y sobre todo porque al censurar al Partido Feminista, al que califica de marginal y por tanto inútil al carecer de posibilidades algunas de acceder al poder, implica no solo también a las mujeres que conmigo están en diversas partes de España sino al proyecto en sí, de cuyo futuro dependen muchos avances del feminismo. Para ello considero necesario partir de una mirada más amplia que la de la inmediata actualidad.
Reproducimos el texto del artículo de Laura Freixas:
Lidia Falcón: 75 años
Qué difícil es hacer balance! Y sin embargo, eso es lo que nos exigen los aniversarios, como el de Lidia Falcón, que la semana pasada cumplió 75 años. Con ese motivo, varias norteamericanas (entre ellas Shere Hite), algunas españolas (Cristina Alberdi, Anna Caballé…), un sueco (ex director de Amnistía Internacional)… le tributaron un homenaje en Madrid. Fue un hermoso reconocimiento de
lo mucho que le debemos los españoles, las mujeres sobre todo. Pero ¿dónde estaban las jóvenes?… Las españolas que hoy tienen 30 años han nacido disfrutando ya de unos derechos que les parecen lo más natural del mundo: no se dan cuenta de que para conseguirlos, sus antecesoras lucharon con un gran coste personal. El que pagó Falcón se refleja en sus libros de memorias, para mí lo mejor de su obra: Los hijos de los vencidos, La vida arrebatada…
Comparándolos con otras autobiografías de la época, el contraste es brutal. Los memorialistas del franquismo (Castilla del Pino, Esther Tusquets, Juan Goytisolo…) son, con todos los respetos, hijos de papá; sólo ella cuenta cosas como haber vivido en una barraca o pasado años en la cárcel.
Pero más allá del heroísmo antifranquista, que tanto entusiasma a los extranjeros sobre todo admirativos ante una dimensión, la épica y colectiva, de la que carece su propia historia, al menos la más reciente, la trayectoria de Lidia Falcón nos invita a hacernos algunas reflexiones.
Por ejemplo, que una militancia que nunca obtiene el poder, ni siquiera en pequeñas dosis, está condenada a la marginalidad, como es el caso del Partido Feminista que ella fundó y preside. Poca gente, y cada vez menos, está dispuesta a sacrificar tiempo, energía y dinero sin recibir nada a cambio, más que esa “alegría de la lucha” de la que hablaba la sufragista Emmeline Pankhurst y que Falcón suele citar. Quizá es más eficaz el feminismo institucional, por más que una purista como ella lo aborrezca.
En cuanto a esas jóvenes que dan por supuesta la igualdad y creen que su futuro depende exclusivamente de su esfuerzo, cuando a los cuarenta años descubran que han llegado mucho menos lejos de lo que merecían, y empiecen a preguntarse por qué, tal vez se acuerden de Lidia Falcón y de eso que hoy consideran innecesario y pasado de moda, el feminismo.
Laura Freixas – La Vanguardia – 23 de diciembre de 2010
Resulta descalificatorio para mí que al referirse a mi recorrido biográfico con las detenciones y las prisiones que sufrí indique que son esas circunstancias las que conmueven a los americanos al no haber vivido ellos una épica semejante desde hace siglos. Esta afirmación, que suena a despectiva tanto en lo que se refiere al mérito que yo pudiera tener –en cuanto a escritora solo me lo reconoce en el de autora de memorias- como al criterio de las feministas estadounidenses es absolutamente injusta. En Estados Unidos, como en todo país, los resistentes antifascistas y revolucionarios han llenado las prisiones, han sido torturados y desaparecidos y hasta condenados a muerte y ejecutados como los esposos Rosenberg. El fascismo –sea cual sea el nombre que adopte en cualquier país- es el enemigo de todo progreso y no descansa nunca en la lucha contra los heroicos dirigentes del avance de los pueblos. Desde los Mártires de Chicago, a finales del siglo XIX, por cuyas muertes celebramos en el mundo entero el 1 de Mayo como día Internacional del Trabajo, víctimas de asesinatos de Estado, hasta los de John Kennedy y Bob Kennedy, Martin Luther King, Malcolm X, la historia de las luchas sociales y políticas de Estados Unidos están plenas de víctimas de la represión de las fuerzas más reaccionarias del poder. La etapa del McArthismo, hundió a cientos de intelectuales en el ostracismo, la persecución y hasta la cárcel, las huelgas llevaron a los hermanos Soledad a la cárcel donde fueron asesinados, Ángela Davis purgó con largos años de prisión ser comunista, ser negra, ser mujer, ser feminista. Las luchas por los Derechos Civiles provocaron la persecución de miles de activistas negros y blancos, anónimos para nosotras. Se ha olvidado en Europa que el mayo del 68 comenzó en Estados Unidos, en la Universidad de Berkeley. La gran batalla que dieron los activistas contra la guerra de Vietnam, dentro del país que sostenía la contienda, les condujo a la represión y al exilio a muchos de ellos. La lucha de los activistas homosexuales motivó una represión feroz que llegó incluso a asesinar a su líder más conocido –del que hicieron un película hace poco-, y el Día del Orgullo Gay se conmemora en el mundo entero el día que murió un joven perseguido por la policía en una de las redadas que sufrían entonces los homosexuales. Las luchas feministas también perjudicaron a las mujeres, pioneras del Movimiento que luego se expandió durante el siglo XX por todo el mundo, que se atrevieron a desafiar el poder patriarcal y el poder político. Kate Millet cuenta como la atacaron cuando escribió su libro Sexual Politic’s y se declaró públicamente lesbiana, Robin Morgan y otras compañeras fueron detenidas y encarceladas unos días cuando se manifestaban por el feminismo. Bela Abzug, la mítica luchadora demócrata y feminista, cuya presencia en el Senado y en el Congreso de los Estados Unidos fue el símbolo de la coherencia, de la tenacidad, del empeño de una mujer fuerte en defender sus ideales, sufrió también múltiples represiones, ataques e insultos por los fascistas y los machistas de su país. Así como la batalla del aborto no ha concluido en EEUU. Hace solo dos años estuve en Washington en una de las innumerables marchas que el movimiento feminista ha organizado durante el último medio siglo por defender lo que llaman Free Choice, el derecho a escoger libremente la maternidad, soportando los gritos e insultos de los fanáticos de Pro Vida, y en este momento se cuentan miles de ataques a las clínicas de aborto y varios médicos asesinados, en diversas ciudades de los Estados Unidos, de los que Freixas parece no saber nada. Como saben bien ya los españoles, así como otros pueblos de países supuestamente demócratas, no hace falta vivir bajo una dictadura para ser objeto de represión por parte del poder cuando te enfrentas a sus injusticias.
Hacer desaparecer en una frase más de un siglo de luchas encarnizadas en EEUU por parte de cientos de miles de hombres y mujeres para lograr avances sindicales para los trabajadores, igualdad para las razas de color, el fin de las guerras de agresión imperialistas, el progreso para las clases sometidas y los derechos de la mujer y de los homosexuales, que les llevaron a sufrir persecución, cárcel, torturas y hasta muertes, dando una imagen de ese enorme, convulso y admirable país de postal de Navidad, es una de las frivolidades más tristes que se ha permitido Freixas en ese artículo.
Desde el principio del resucitado Movimiento Feminista en 1975, la polémica desencadenada entre las militantes del feminismo independiente y las afiliadas a los partidos políticos se ha perpetuado hasta la actualidad en que éstas últimas creen haber ganado la partida. Todavía satisfechas por lo que consideran su triunfo, ellas mismas no reconocerán que a no ser por la decisión de las primeras- movidas por la indignada constatación de que los partidos de izquierda no estaban dispuestos a incluir en sus programas y acciones las reivindicaciones de las mujeres- de constituirse en asociaciones, grupos y colectivos independientes de los partidos para llevar a cabo las campañas que liberaron definitivamente al feminismo del secuestro en que lo tenían los líderes –y los militantes de base- políticos, no se hubiera avanzado como se ha conseguido para situar los temas femeninos en un lugar, aunque sea secundario, de las preocupaciones gubernamentales y de los medios de comunicación.
Teniendo en cuenta que todas las que dirigimos el MF a partir de 1975 habíamos sido militantes de partidos clandestinos durante largos años en la dictadura, resultaba más escandaloso y evidente que nuestra salida a la superficie como feministas era un desafío a nuestros dirigentes. Y únicamente cuando se hicieron públicas nuestras críticas- insólitamente amargas y agresivas en quienes habíamos sido más o menos fieles partidarias- y nuestro enfrentamiento directo a los postulados de la izquierda oficial, comunistas y socialistas se acordaron de que las mujeres también teníamos voto.
En aquellos tiempos no nos engañaban los dirigentes, ni los que gobernaban ni los que desde la oposición pretendían hacerlo, con sus tímidas declaraciones de comprensión hacia nuestras demandas que en la práctica no se traducían en nada. No está de más recordar que en el momento de aprobación de la Constitución no se había avanzado en el reconocimiento de los derechos de la mujer más que en la despenalización de los anticonceptivos y del adulterio, después de tres años de dejarnos la piel- a veces literalmente- en las asambleas, congresos, manifestaciones y reclamaciones que habíamos presentado sistemáticamente al gobierno, en campañas en las que predominaba una colaboración casi ejemplar por parte de la mayoría de los grupos feministas que ya se habían creado en todo el Estado español.
Los diez años de luchas ininterrumpidas que constituyen la edad de oro del feminismo español, de 1975 a 1985 cuando se dicta la sentencia del Constitucional sobre la reforma del Código Penal respecto a la interrupción voluntaria del embarazo, parecieron haber forjado unas alianzas sinceras y una unión duradera entre las tendencias del feminismo que se situaban en la izquierda. No me engañó, sin embargo, aquella supuesta placidez en el seno del movimiento- que no lo era tanto- sobre todo cuando muy poco después de iniciado, y en cuanto se convocaron las primeras elecciones, muchas de las dirigentes preparadas y con capacidad para la gestión y la dirección optaron por regresar o afiliarse a los partidos con posibilidades de obtener representación parlamentaria y en consecuencia diversas cotas de poder en parlamentos, ayuntamientos y comunidades, así como empleos, acceso a los medios de comunicación más difundidos y diversas prebendas que todos sabemos. El resultado es ya conocido. El movimiento se descapitalizó de la mayoría de sus más conocidas dirigentes y solo quedamos en él aquellas más firmemente convencidas de que la lucha, no solo es alegría como decía Mrs. Pankhurst -y cita Laura Freixas en un reduccionismo no inocente- sino también fidelidad a los principios, lealtad a quienes defiendes y representas y eficacia en la consecución de tus objetivos.
Sobre estos temas quiero plantear varias reflexiones:
La alegría de la lucha a veces no es tanta como la entrega apasionada a la defensa de los derechos humanos, de los desprotegidos, de las mujeres, con el coste que tal integridad comporta.
La lucha por una causa noble no solo proporciona un gran estímulo en la vida de quienes se entregan a ella, como resumía Emmeline Pankhurts en una hermosa y significativa frase. Resulta no solo sorprendente para quienes conocíamos a los protagonistas sino enormemente corruptor de la propia conciencia cambiar de planteamientos ideológicos para acceder a cargos de poder. Ese fenómeno que cada día observamos y del que tenemos buenos ejemplos en la política de los últimos años está suficientemente analizado y reconocido. La conversión de hombres y mujeres que fueron de izquierdas en políticos de derechas con el propósito de promocionarse personalmente ha sido contemplada como una de las corrupciones a que hemos asistido escandalizados y que ha merecido la correspondiente crítica. Precisamente estos días se está discutiendo por el PSOE y el PP la aceptación de los concejales llamados tránsfugas en sus listas electorales, con toda la carga peyorativa y despreciativa que tiene la palabra.
Así mismo, la pérdida de la convicción en el objetivo por el que se combate lleva a defender causas contradictorias con los intereses que poco antes se exponían como los únicos deseables. Como ejemplo de la traición de unos ideales que se creían firmes nos lo dio el PSOE defendiendo arriscadamente la pertenencia de nuestro país a la OTAN muy poco después de haberse pronunciado públicamente en contra. El más penoso ejemplo en la actualidad de la traición a principios que deberían ser incuestionables tenemos la actuación de nuestro gobierno respecto al pueblo saharaui a quien se ha abandonado miserablemente bajo la férula de Marruecos. Puede ser que los que actúan así se crean ellos mismos que están actuando honradamente, pero cualquier análisis objetivo desmiente toda posibilidad de excusa. Cómo duerme cada cual con las exigencias de su conciencia es un asunto privado.
Por ser consecuentes con sus principios y el objetivo de su lucha han muerto miles de militantes de las más nobles causas, desde Olimpia de Gouges a Karo Siwa, pasando por Luther King, Ignacio Ellacuría, Rosa Luxemburgo o Ana Politkovskaya, sin recibir nada a cambio más que la persecución, la tortura y la muerte. Puristas todos que no cambiaron su trayectoria política por un despacho y un coche oficial. Por algo será que tantos hombres y mujeres, en todas las épocas, han dedicado su vida al progreso de la humanidad. La alegría de la lucha a veces no es tanta como la entrega apasionada a la defensa de los derechos humanos, de los desprotegidos, de las mujeres, con el coste que tal integridad comporta.
La lucha es también la responsabilidad hacia los que has defendido. Abandonando las trincheras más incómodas y peligrosas y aceptando los alambicados eufemismos con que el poder justifica siempre su dejación de principios, sus traiciones a los desfavorecidos, su complicidad con el capital y su rendición al imperio- véase los documentos de Wikileaks- se está traicionando a las víctimas de la rapiña capitalista y de la opresión patriarcal. Que abandonen toda esperanza aquellos que confiaran en los que debían defenderles.
Sin embargo, un argumento en el que las defensoras de la tesis de Laura Freixas se hacen fuertes es en el de la eficacia de su estrategia. Cierto puede ser, aducen, que se haya hecho dejación de algunos principios- pocos según ellas y no lo reconocen tampoco tan claramente- y que no se hayan podido llevar adelante todos los puntos del programa que se propusieron, pero la verdad es que desde una posición de poder es factible llevar a cabo realizaciones, reformas y transformaciones a favor de las mujeres que desde la marginalidad de un pequeño grupo de oposición nunca se pueden conseguir. Este argumento que es la columna vertebral de la defensa que todo tránsfuga, converso y posibilista hace de sus traiciones, dejaciones y huidas, les ha parecido siempre indiscutible y es esgrimido victoriosamente en todo debate sobre el tema.
Pero si se examina con detenimiento y sin retorcer sectariamente la realidad, las estupendas reformas que las llamadas feministas institucionales, es decir las que colaboran con el gobierno del PSOE, han logrado en los últimos años no son tantas ni tan exitosas. La nunca tan celebrada Ley Integral contra la Violencia no demuestra en su recorrido la eficacia que le atribuyen, y no solo, aunque no menos, por el espantoso número de mujeres asesinadas este año por hombres que muchos de ellos debían cumplir una orden de alejamiento, sino también por no proteger más que a las esposas y compañeras estables de los maltratadores, por abandonar a las mujeres prostituidas, por no defender a los niños maltratados y abusados, por no exigir responsabilidades a jueces, fiscales, forenses, psicólogos, asistentas sociales por el abandono de su deber de proteger a las víctimas, cuando se comete un crimen después de haber sido denunciados los malos tratos, por haber permitido la impunidad de la campaña que los machistas han hecho- con mucho éxito- sobre las denuncias falsas, por no haber creado la serie de servicios y comités que deben auxiliar a las mujeres y los niños, por no poner en funcionamiento todas las medidas de educación, sanidad y servicios sociales, de que tan pomposamente alardea en su primera parte la ley. Y, por supuesto, por no dotar económicamente a la organización judicial y policial para que tenga medios con los que cumplir los imperativos legales que debía establecer la norma. En definitiva, haber cedido, como hicieron, las mujeres socialistas al recorte de las exigencias que el Partido Feminista planteaba en el redactado de la ley, ha llevado a la inoperancia de la misma. Que se minimice la masacre que están sufriendo las mujeres como acaba de hacer el Observador de la Violencia, Miguel Lorente, diciendo que otros años ha habido más víctimas y que el año que viene será mejor, y la defensa numantina de esa Ley, que al parecer es tan sagrada como las Tablas de Moisés porque no se puede tocar, para que no se modifique, que todos los días publicita la Presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas, para no poner al gobierno en el brete de aceptar su responsabilidad en el abandono de la protección de las mujeres y obligarle a una reforma legal de la que huye como de la peste, no demuestra más que que el llamado feminismo institucional a quien únicamente sacrifica es a las víctimas.
Si hablamos de la Ley de Igualdad, el resultado es todavía más ridículo. Después de la implantación de esa norma en el Parlamento hay dos mujeres menos que en la legislatura anterior, y, por supuesto, no ha crecido un ápice el número de las que han accedido a cargos de responsabilidad: por no crecer ni siquiera en el gobierno en el que ya son menos que unos años atrás y del que han salido dos muy cualificadas: la Vicepresidenta y la Ministra de Igualdad. Para qué hablar del avance de las trabajadoras, de las amas de casa, de las viudas, de las empresarias autónomas, de las profesionales, a las que la ley de Igualdad nunca las ha concernido.
Quienes han mantenido el pulso con el gobierno y con los partidos de la derecha y sus medios de comunicación, denunciando el abandono de las obligaciones del Estado en la protección de sus ciudadanas, criticando la labor de los ministros, exigiendo las reformas necesarias en todos los medios de comunicación a que gracias a nuestros méritos y coherencia todavía tenemos alcance, ejerciendo en definitiva de la oposición que necesita todo país democrático, han sido los Partidos Feministas. Oponiéndonos frontalmente a la legalización de la prostitución y persiguiendo a los proxenetas, reclamando la modificación de la Ley de Violencia, poniendo de relieve las carencias en materias laborales y económicas, defendiendo a las viudas, a las amas de casa, a los menores maltratados y abusados, a las divorciadas a las que ley y juzgados tratan injustamente, haciendo visible la cada vez más aguda y escandalosa feminización de la pobreza, hemos dado no solo testimonio de estas horribles injusticias sino también hemos frenado el avance del imperio del capitalismo y del patriarcado, que de otra manera estarían aún más victoriosos e impunes.
Plantear que los Partidos Feministas se pongan al servicio del feminismo institucional es lo mismo que defender que los sindicatos se conviertan en departamentos del Ministerio de Trabajo. Política que en infaustos años ya conocimos gracias al Sindicato Vertical, en que también existía una Sección Femenina del partido en el poder.
A mayor abundamiento, alardear de los éxitos y realizaciones alcanzadas por el PSOE y el gobierno en los tiempos que corren es nombrar la soga en casa del ahorcado. Cuando las medidas que Zapatero está tomando desde hace dos años para, según él, superar la enorme crisis económica en que estamos enfangados consisten en hundir más en la pobreza y la explotación a los trabajadores -de las que las mujeres serán las más perjudicadas- protegiendo los grandes capitales, los bancos, las multinacionales, a los que exime de pagar el desastre que ellos mismos han creado, crisis en la que nos han sumido las mismas políticas liberales que está implantando el presidente, resultará para muchos bastante incomprensible que se asegure que gracias al PSOE se defiende a los más débiles. No solo nos enfrentamos a una reacción de la ideología fascista y machista cada vez más en auge, con, entre otras, las campañas a favor de la prostitución y contra las denuncias falsas de maltrato, en las que cuentan con el beneplácito de la judicatura y la fiscalía y el apoyo de los medios de comunicación, sino que en este brutal giro a la derecha del gobierno ya se han cobrado varias piezas, de las que, en lo que se refiere a las mujeres, la más escandalosa ha sido eliminar la joya de la corona: el Ministerio de Igualdad. También han caído otras instituciones largamente defendidas por las socialistas como los Observatorios de Violencia y los Consejos de la Mujer, de los que, por otra parte, se ignora el resultado de su trabajo en los largos años que han estado ocupando locales y recibiendo dinero. Del Instituto de la Mujer no se sabe que hace.
Concluyó la edad de oro en que se instalaron las feministas institucionales y que debía perpetuarse eternamente con la aprobación de la ley de violencia, de la de paridad, de la de igualdad, y los consiguientes fastos con que se celebraron: la aparición en las televisiones de Zapatero rodeado de sus incondicionales, las campañas televisadas cantando las excelencias de la legislación introducida por el gobierno, las entrevistas de las ministras en Vogue y en otras revistas, la presencia de dirigentes de las asociaciones de mujeres del PSOE en todo acto público, y por supuesto, la recepción de multimillonarias subvenciones para financiar sus proyectos que constituyen una estupenda manera de crear la red clientelar y el nicho de votos para el partido. Mientras se marginaba y despreciaba manifiestamente a todo el feminismo independiente del PSOE, al que se han negado subvenciones, presencia en los medios de comunicación, reuniones con los ministerios y consultas previas a la aprobación de leyes.
Se acabó la fiesta, y al hacer balance resulta que ninguna de esas leyes ha servido para el objetivo de defender a las mujeres, que las ministras se han ido sin despedidas, que las entrevistas se han acabado, que las campañas no se pueden financiar y que ha llegado el momento de renunciar a las generosas contribuciones económicas del Estado. Era la periodista Ana Balletbó, afiliada al PSC desde su constitución, la que dijo en la presentación de mis memorias “La Vida Arrebatada” que era patético comprobar como las dirigentes feministas se habían vendido, y además por muy poco dinero.
Pero no hay duda de que el abandono de principios, de objetivos y de defensa de las mujeres, no ha sido perjudicial para todas en estos años. Pues, ¿a quien benefician los movimientos transfugistas que han protagonizado en las últimas décadas las otrora feministas revolucionarias? Sin duda a ellas mismas, aunque deberían pensar que su tiempo siempre es más corto que el de los hombres y de final mezquino y triste.
Si en vez de correr a ponerse al servicio del partido de turno, mayoritariamente socialista, el grueso de las dirigentes del movimiento Feminista hubiese seguido siendo fiel a sus principios, al análisis que hacíamos en los años setenta de la lucha por transformar la realidad y a la defensa de los intereses de las mujeres, y hubiera convertido al Partido Feminista en un partido grande e influyente, podéis tener la seguridad de que hubiésemos sido determinantes en España de la política respecto a la mujer. Habríamos sido también muy importantes en Europa en el momento de afianzar el feminismo político y de ser copartípices con otros partidos de izquierdas en aprobar medidas sociales que beneficiaran no solo a las mujeres sino también a los trabajadores, así como en la política exterior y en la militar, con lo que hubiésemos servido de ejemplo para otros países y ahora no contaríamos tantos fracasos como se pueden contabilizar en los últimos años, y sus dirigentes habrían obtenido más celebridad y fama de la que pueda tener una Secretaria de Estado, con lo que muchas de ellas no habrían caído en el anonimato, claramente trufado de fracaso, en que ahora se han hundido.
Es preciso afirmar que el único futuro es el del feminismo político. Manteniendo eternamente unas asociaciones de mujeres, muchas de ellas en estado de hibernación, que se limitan a reclamar mortecinamente cambios legislativos y a repartir ayudas caritativas a las más pobres, sin enfrentarse nunca a los que detentan el poder, no se vayan a enfadar, no adelantaremos nada en todo el siglo. Y aún siendo optimistas, si tenemos en cuenta la predicción con que nos obsequió la OIT en la IV Conferencia de la Mujer de Beijín, según la cual para alcanzar la igualdad entre el hombre y la mujer, a tenor de lo avanzado en los últimos siglos, harían falta 475 años.
Si las llamadas dirigentes institucionales no entienden que necesitan partidos feministas para defender sus intereses, tener presencia en las instituciones y en la vida política del país y enfrentarse en condiciones de igualdad al enorme, complejo y a veces corrupto entramado de los partidos políticos dominados por los hombres, no saldrán de pertenecer a una clase minusvalorada, cuyos problemas económicos, laborales, políticos, sexuales, reproductivos, seguirán siendo los mismos indefinidamente, mientras son menospreciadas socialmente por más despachos con secretaria que tengan.
Como ejemplo contrario a la conducta de las españolas tenemos a las suecas que después de sesenta años de triunfo de la socialdemocracia se han constituido en Partido Feminista, con el nombre de Iniciativa Feminista, explicando sinceramente de una vez la decepción a que han tenido que enfrentarse al constatar, sin engañarse más, el machismo de los dirigentes socialistas y la falta de avances en la igualdad de las mujeres que está padeciendo su país.
En conclusión, el consejo de Laura Freixas que va implícito en la descalificación de mi purismo y del papel del Partido Feminista es el de que me rinda al poder para promocionarme a mi misma, lo que dirigido a la nieta de mi abuela y a la hija de mi padre y de mi madre resulta casi un insulto.
12 de enero 2011 – Lidia Falcón Feminismo institucional – Partido Feminista de España
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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección