Por Partido Feminista

Europa unida y querida

Nos informan de que después de 16 horas de reunión los ministros de Hacienda de la UE no han llegado a un acuerdo sobre las medidas económicas que reclaman los países del sur: Italia, España, Grecia, Portugal, debido al rechazo de los países del norte de compartir las enormes deudas que se acumulan contra aquellos. Ya se sabe que los ricos nunca quieren pagar. Es una ley que sólo los pobres ayudan a los pobres.

Como primera curiosidad me llama la atención que hayan tenido que estar 16 horas, incluida toda la noche, para decir que no. Respuesta breve si las hay. Nos han dado las razones de la negativa, pero tampoco hace falta tanto tiempo para explicarlas, ya que son las mismas que se repiten desde que en las sucesivas crisis que ha vivido la UE se ha planteado la misma demanda de los países pobres. Como si fuera la primera vez que Alemania, Holanda, Países Bajos, ahora se une Finlandia,  hubiesen respondido que ellos no pagan la vagancia y despilfarro de los países del sur. No comprendo la ingenuidad de los dirigentes políticos de éstos, incluido nuestro Presidente Sánchez y la eficiente Ministra de Economía que confían en que sus problemas económicos serán resueltos por la generosidad de sus socios del norte.

Ya se ha detectado una cierta desconfianza y desafección hacia la UE por parte de las ciudadanías española, italiana, no digamos griega, que parece extenderse también a los países del este ante la falta de ayuda cuando la han necesitado. Lo que me lleva a recordar que el Partido Feminista se ha manifestado siempre en contra de participar en ese club de ricos, como socio pobre, en que tan triunfalmente nos metieron Felipe González y José María Aznar. Y lo que está sucediendo desde que comenzó la crisis de 2008, y ahora con el drama del Brexit, nos da desgraciadamente la razón. En este mismo diario, Juan Torres nos explica como las recetas económicas que se pretenden aprobar ahora con motivo de la crisis del corona virus reproducen exactamente las de la crisis del euro. Más dinero para los bancos y las grandes empresas y más miseria para las clases trabajadoras. Que son las imposiciones que plantearon Alemania y Holanda en esa maratoniana reunión de las 16 horas.

Hoy, hay que repetirse la pregunta que el Partido Feminista se hacía en 1986, ¿ciertamente esta alianza es tan beneficiosa para España? Y sobre todo en 1992, cuando se planteó aprobar el Tratado de Maastricht fundacional de la Unión Europea. En ese año publicamos en la Revista Poder y Libertad del Partido Feminista un número especial, el 20, sobre «El Maastricht de las Mujeres». En el editorial yo escribí:

«Cuando en mayo de 1992, la mayoría de la población danesa votó en contra de aprobar el Tratado de Maastricht, una tormenta imprevisible y de violencia inusitada sacudió Europa que creía haber alcanzado, al fin, la paz y la tranquilidad exclusiva, aislada del resto de los atormentados continentes. En Europa diríase que se cumplía la profecía de Fukuyama de haber alcanzado el Nirvana de los deseos y las necesidades cumplidas y encontrarse en el final de la historia…Sólo a raíz del no danés, un no pequeñito como el país que lo emitía, se desencadenaron todos los demonios del pánico, el desconcierto, los enfrentamientos, las reclamaciones entre los dirigentes de la, hasta entonces, aparentemente plácida Comunidad Europea y  sus ciudadanos. El temor al no francés, un no grande y poderoso como su país, demostró que en esa igualitaria y democrática Europa seguían existiendo países de primera y de segunda clase, y sin ninguna duda, de tercera como puede comprobar la ciudadanía española.»  Y, añado ahora, sobre todo la griega.

«Desde aquel día maldito, los ciudadanos europeos hemos podido enterarnos de que la Armonización social con la que nos encandilaron ha sido desechada, que la convergencia no significa más que buenas intenciones que la mayoría de los gobernantes no abrigan, que el Reino Unido, Dinamarca e Irlanda no firmarán los tratados de seguridad social en el empleo, que la supuesta Unión Europea está a punto de saltar por los aires después de que la lira y la libra hayan tenido que abandonar forzosamente el Sistema Monetario que regía ya para todos los países. Que Alemania, con sus 80 millones de habitantes es la mayor potencia económica del continente y domina, en votos, y en las imposiciones de su Banco estatal a sus restantes socios, sometidos a sus decisiones. Que el Reino Unido, que preside la Comunidad hasta el fin de 1992, es acerbamente criticado por todos los demás, que Dinamarca exige cambios importantes en el Tratado para poder convocar un nuevo referéndum en junio de 1993, y que España, Portugal, Irlanda y Grecia, los asociados pobres, piden y piden, vanamente, fondos de cohesión que no existen. Y que, de pronto, alarmados, los campesinos de Francia y los mineros y los siderometalúrgicos de España se lanzan a las carreteras y los campos, sublevados contra los términos del Tratado que los hunde en la marginación y en el paro. Lo que no ha sido tan divulgado como corresponde a su papel subordinado en todos los países, es que entre todos los ciudadanos descontentos de esa organización europea las mujeres son mayoría. Que el voto negativo fue decidido por las danesas, que entre los millones de noes franceses, los de las francesas eran más, y que las irlandesas, en una proporción importante, hicieron una dura campaña para que el Tratado no fuera aprobado por su país.»

Las españolas no, porque ni siquiera nos dejaron votar. El gobierno del PSOE huyó espantado de organizar otro referéndum después de la dura batalla del de la OTAN y aprobó el Tratado en el Congreso, donde se puso de acuerdo con la derecha para ello.

En el día de hoy ya hemos visto y vivido la ruina de Grecia, a pesar de que el gobierno de izquierda de Alexis Tsipras, votado entusiásticamente por la población, prometió resolver la bancarrota en que estaba sumido el país o salir de la Unión.  Los Estados que se han ido sumando a la Unión, como varios de la Europa del Este mantienen una postura irreconciliable con las normas democráticas y las demandas de las mujeres. Y para colmo de males el Reino Unido ha consumado su salida de la UE.

En ese mismo número de Poder y Libertad, publicamos un artículo del economista Juan Francisco Martin Seco, que tituló «Maastricht como la anti Europa«. Suficientemente definitorio. En él explica como la izquierda se ha dejado embaucar por las supuestas ventajas que aportaba el acuerdo de Maastricht sin tener en cuenta las desventajas que se han visualizado finalmente en la reducción de carga fiscal de los contribuyentes de ingresos elevados, lo que originaría el incremento de los impuestos indirectos con el aumento del IVA y las disminuciones del gasto social.

Ya hemos podido comprobar en nuestra propia experiencia que todas las predicciones que hicimos en 1992 se han cumplido con creces y aún aumentadas con la enorme incertidumbre y problemas que está acarreando el Brexit.

Las cifras actuales españolas nos ofrecen un retrato claro y detallado de nuestra situación económica, que ha empeorado sustancialmente desde el momento del confinamiento obligado por la pandemia del corona virus. El paro, situado el 1 de marzo en 13,8% de la población activa con la cifra de 3.254.000 personas, ha aumentado este mes de abril en 900.000 personas más, y sabemos que este es sólo el comienzo de la bancarrota que nos espera cuando podamos salir a la calle. Las reformas laborales que han llevado a cabo los gobiernos del PSOE y del PP  permiten a la patronal contratar trabajadores y trabajadoras por días y hasta por horas y despedirlos cuando están enfermos, con el beneplácito del Tribunal Supremo. El trabajo eventual y a tiempo parcial es mayoritariamente femenino. Al empeorar las condiciones laborales los salarios han ido rebajándose en una competición continua con la precariedad que sufren los emigrantes. Y las más perjudicadas son las mujeres. El reparto de la riqueza en España es del 82% para los hombres y el 18% para las mujeres.

Las peticiones públicas  que los más importantes políticos del mundo, escritores, filósofos, periodistas, están planteando para conmover el pétreo corazón de los dirigentes alemanes y holandeses, con sus otros socios del norte de Europa, para que sean buenos y ayuden a los pobres del sur, son absolutamente estúpidas. Entendida Europa sólo como una unidad territorial sin que se tenga en cuenta la división de clases, esos llamamientos a la generosidad de los países ricos suenan a la teoría de Santo Tomás sobre el bien común. Sólo que desde el siglo XIII ya hemos descubierto la lucha de clases.

En Europa dominan las grandes corporaciones de todos los sectores de producción, además de la industria militar y el capital financiero. Los dirigentes políticos están a su servicio, cumpliendo las órdenes que reciben. El Capital no tiene corazón, ni conmiseración ni piedad ni solidaridad con las clases trabajadoras. Y como dice Warren Buffet esta lucha la está ganando. Al parecer, ni siquiera las crisis económicas y las guerras repetidas entre los países europeos al final del siglo XX y el principio del XXI han enseñado a los dirigentes políticos ni a los ideólogos de izquierda a conocer los poderes económicos y políticos que dirigen esta Unión Europea, que tiene poco de Unión y mucho menos de solidaria.

9 de abril de 2020

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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección