En el corredor de la muerte
Pakhshan Azizi, Verisheh Moradi y Sharifeh Mohammadi, están en el corredor de la muerte en Teherán por ser activistas en defensa de los derechos de la mujer en su país. Esa criminal teocracia que ha practicado la pena de muerte el año pasado a más de 800 personas por manifestarse contra las normas medievales que rigen la vida de las iraníes, y que detiene, tortura y asesina a cualquier mujer por llevar mal puesto el velo obligatorio que debe cubrirles la cabeza, so pena de acabar asfixiada en la comisaría de policía.
En este primer cuarto del siglo XXI la llamada comunidad internacional que aprobó la “Declaración de los Derechos Humanos” en la Organización de Naciones Unidas en 1948, consiente, impávida, indiferente y tranquila, como en Irán y Afganistán se tortura impunemente a sus mujeres, que muchas veces acaban en el patíbulo, por delitos tan graves como manifestarse en la calle contra semejante trato.
En el siglo XX la acción concertada de los países occidentales logró que se aboliera el infame sistema del apartheid en Sudáfrica. Las naciones democráticas tomaron el acuerdo de imponer sanciones económicas y políticas al gobierno racista de aquella república, hasta que éste tuvo que modificar las leyes que establecían la segregación racial de la población. Pero en este caso afectaban a todos los habitantes, hombres y mujeres, lo que resultaba inaceptable para la moral actual de las grandes potencias que disponen el código de conducta internacional. Otra cosa es que se apliquen solo a las mujeres, que al fin y al cabo ya se sabe que son diferentes y deben estar acostumbradas, al cabo de milenios de ser maltratadas, segregadas e impedidas de ejercer los derechos que se aprobaron en el siglo XX como resultado de las heroicas luchas que ellas y los trabajadores llevaron a cabo contra los poderes explotadores y represores del capitalismo.
Llegadas a este siglo no solo no hemos logrado que se alcanzaran las reivindicaciones feministas que tienen más de dos siglos, sino que hemos retrocedido gravemente en ellas. Tanto en Irán como en Afganistán hace setenta y cinco años las mujeres disfrutaban de un trato semejante al de los países occidentales: no se las obligaba a cubrirse totalmente como sucede en la actualidad, estudiaban en la escuela y en la Universidad, desempeñaban cargos públicos, trabajaban en distintos sectores de la producción y vestían con la moda internacional.
El retroceso es tan grave que no solamente están recluidas en casa -en Afganistán no pueden ni asomarse a las ventanas y tienen prohibido trabajar y estudiar. Si en Irán no se han impuesto tales prohibiciones, son enormemente crueles en cuanto al cumplimiento de las normas del vestuario. Y con ese motivo se puede apalear en la calle a la que no lleve el burka, detenerla en la comisaría, donde muchas veces desaparecen, y condenarlas a muerte cuando participan en protestas públicas por semejantes represiones.
Ahora son Pakhshan Azizi, Verisheh Moradi y Sharifeh Mohammadi, las que están en el corredor de la muerte, con peligro de ser ejecutadas en la horca en breve tiempo. Ni el gobierno de España ni la Comisión Europea han realizado acción alguna en condena de semejante crimen. Es inaceptable que los gobiernos del continente que presume de ser el más democrático, avanzado y defensor de los derechos humanos -“el jardín del mundo” según la cínica definición de Josep Borrell- no hayan dedicado ni una reunión ni hayan realizado declaración alguna contra el infame gobierno de Irán y las normas que rigen contra sus mujeres,
Analistas de diversas tendencias, partícipes de tertulias televisadas, comentaristas en la prensa y políticos de los partidos no han pronunciado ni unas palabras para mostrar su indignación por los métodos criminales de esas teocracias.
Es indispensable que tanto la izquierda española como la europea, los sindicatos, las organizaciones de la sociedad civil y fundamentalmente el Movimiento Feminista dediquen todo su tiempo y sus recursos a exigirle a nuestros gobiernos que condenen enérgicamente la criminal política de esos países y dispongan las medidas coercitivas que tanto aplica a Rusia cuando les parece que les conviene. Es una vergüenza que los partidos de izquierda en España permanezcan inmóviles e indiferentes ante la persecución que están sufriendo las mujeres iraníes y afganas, y del mismo modo es inaceptable que los sindicatos no se movilicen contra la prohibición de trabajar que hunde a esas mujeres en la miseria y la invisibilidad.
Transcurrido más de un siglo desde que la Internacional obrera aceptó el derecho al trabajo de las mujeres y se las permitió participar en los partidos políticos, nos encontramos con una situación impensable cien años atrás. ¿Estamos viviendo una distopía, renunciadas como están las utopías que se defendieron por las élites intelectuales desde antes de Platón? ¿Observaremos impasibles cómo ejecutan en la horca a Pakhshan Azizi, Verisheh Moradi y Sharifeh Mohammadi?
Madrid, 25 de mayo 2025.
Lidia Falcón
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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección