Por Partido Feminista

¿Cómo se ejerce la solidaridad internacional?

Las tres mujeres iraníes condenadas a un total de 55 años de prisión no concitan la preocupación ni la solidaridad internacional. Yasaman Aryani, su madre Monireh Arabshahi, y Mojgan Keshavarz  han cometido los graves delitos de defender los derechos de la mujer y querer anular la obligación de portar el velo que señala a las mujeres como impuras. La Unión Europea no se ha manifestado en este caso como demanda Amnistía Internacional. España tampoco.

Nashrin Sotoudhe está condenada a 38 años de prisión y 130 latigazos por las mismas causas, y tampoco ha sido defendida por el gobierno español. El régimen iraní odia a las mujeres desde que la llamada «revolución islámica» liderada por el Ayatolá Jomeini triunfó. El fundamentalismo islámico ha hundido a las mujeres en el apartamiento, la humillación y la extrema represión. Como escribía un periodista español corresponsal en la zona, en países como Afganistán e Irak los hombres no tienen madre ni hermanas ni amantes ni amigas, sólo enemigas.

Reprimir, maltratar, silenciar a las mujeres con la saña con que lo imponen en esos regímenes, retrocede al Patriarcado más antiguo, el que dio nombre en la Biblia a la marginación de la mujer. Pero desde que las naciones surgidas después de la II Guerra Mundial acordaron la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, las prácticas más antiguas y represoras están prohibidas en las naciones civilizadas.

El Quinto apartado de la Declaración dice que «Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad», y el Sexto afirma que «Considerando que los Estados miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre…» , interpretamos que se refieren también a los de la mujer, que en 1948 no se precisaban.

El Artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que «Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía».

Y el artículo 5 proclama que  «Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes», ese al que tantas veces me acogí yo ante la Policía Político Social española, en tiempos de triste recuerdo.

Hoy cinco mujeres en Irán están condenadas a tortura, penas y tratos crueles y degradantes, y tenemos noticia de que otras 12 también están procesadas por los mismos hechos: impulsar la igualdad entre hombres y mujeres en su país con la prohibición del velo, que es signo distintivo de diferenciación entre ellos y ellas. 32 abogados que defienden a estas activistas están también detenidos. Y las naciones más adelantadas del mundo, que fueron las inspiradoras y promulgadoras de la Declaración Universal de Derechos Humanos hace 70 años permanecen indiferentes ante semejante horror. Aunque Irán pertenece a la ONU y se supone que ha firmado los documentos constitutivos y la Declaración de DDHH.

Esta inicua sentencia fue dictada en un juicio en el que las acusadas no tuvieron derecho a la asistencia letrada de abogados, y el juez que la dictó añadió: «Os haré sufrir a todas». Y la comunidad internacional, en la que contamos a la Unión Europea, esa que dicta los destinos de sus habitantes provocando guerras, negándose a recoger a los refugiados que huyen de esas guerras, explotando a grandes masas de trabajadores que viven en la miseria, y que mantiene y dirige el club criminal más grande del mundo: la OTAN, no piensa exigir al gobierno iraní que libere inmediatamente a las activistas.

En una tibia petición Bruselas ha expresado su rechazo ante cualquier violación de los Derechos Humanos por parte de Irán, tras la denuncia de Amnistía Internacional y expertos de las Naciones Unidas contra la condena a 55 años de cárcel en total contra tres mujeres iraníes por quitarse el velo en público. Aunque el portavoz de la Comisión Europea no ha querido referirse de manera concreta al caso de las detenidas por no llevar el hiyab. Y yo me pregunto: ¿Qué temores abrigan los mandatarios de la Unión Europea para no atreverse a pedir que Irán abandone la infame imposición del hiyab? O se trata de no molestar a un régimen patriarcal, porque al fin y al cabo las cuestiones de las mujeres son siempre secundarias, y aún más hoy en que en ese centro del planeta se dirime la paz del mundo. O, aún más penoso, los que deciden qué cuestiones se denuncian o se aceptan consideran que las costumbres culturales de un país no pueden ser prohibidas por otros, aunque incluyan prácticas torturantes contra las mujeres y conculquen los derechos humanos.

Recordamos como esa comunidad internacional decidió boicotear el régimen racista de Sudáfrica hasta que se abolió el apartheid. Pero no hay que esperar que una decisión semejante se adopte ante los regímenes patriarcales de Oriente Medio, porque ahora se trata de defender solo mujeres, y ya se sabe que éstas siempre valen menos.

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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección