Cinco años de persecución
Noam Chomsky y una decena de intelectuales estadounidenses publicaron hace unos años una declaración contra lo que llamaron “Cultura de la cancelación”, indignados porque los intelectuales, que antes constituían la izquierda del país, se habían convertido en censores de temas que no querían que se difundieran.
Escribo esto porque la sorpresa y la amargura no me dejan después de leer los artículos que “El Salto” y “Público” han escrito sobre el juicio que se celebró el viernes 9 de mayo en la Audiencia Provincial de Madrid contra un personaje que me amenazó de muerte en Twitter.
Nunca hubiera imaginado ni creído, si alguien me lo dijera, que llegaría a esta etapa de mi vida leyendo y escuchando que el lobby trans me insultaba continuamente, tildándome de “activista anti derechos” de “Difundir el discurso del odio”, de “Pertenecer a un grupo violento” que somos las feministas.
Creía, ingenuamente, que mi currículum, bien conocido, me situaba, como en la ficha militar: “con valor reconocido”. Desde que en 1954 publiqué mi primer cuento en la revista de Barcelona “El Hogar y la Moda”, con 18 años, no he dejado de defender a las mujeres, a los niños, a los trabajadores, a los homosexuales, a los presos, a los pobres y a los perseguidos por la injusticia de este sistema explotador y represor. Esa tarea me ha ocupado la mayoría de mis días, me ha ocasionado cansancio y dificultades económicas, pérdida de amigos y persecución política y judicial. Esta parte de mi biografía es bien conocida, no solo en nuestro país.
De pronto los defensores de la doctrina queer, el lobby trans, comenzaron a difundir ideas que consiguieron convertir en una ley que abole la realidad. Ya no existen mujeres ni hombres, el sexo biológico adquirido en el momento de la fecundación -según nos habían explicado los estudios biológicos ya en la escuela- no significa nada, únicamente la fantasía domina la existencia humana. Como la secta que defiende el “terraplanismo” que cree que la Tierra es plana y así lo enseña, sin que los conocimientos científicos signifiquen nada para ellos, la teoría queer asegura que muchas personas nacen en un cuerpo equivocado y deben poder cambiarlo, tanto sometiéndose a tratamientos y cirugías mutilantes como modificando su inscripción en el Registro Civil por el solo hecho de solicitarlo. Y a partir de ese momento puede vivir como un ser del sexo contrario, y obliga a todos los demás a admitirlo y a someterse a sus deseos. Si la transmutación se realiza de masculino a femenino, incide dramáticamente en los derechos de las mujeres. Algún día deberemos hablar por qué muy mayoritariamente son los personajes masculinos protagonistas de problemas y choques con las mujeres y el cambio contrario no provoca los mismos trastornos. Las llamadas “mujeres trans” usan los servicios públicos reservados a las mujeres, participan en las competiciones deportivas femeninas y abusando de su mayor fuerza y resistencia físicas se hacen con los premios, ocupan los puestos en las listas electorales, ingresan en las cárceles femeninas, incluso después de haber cometido delitos contra ellas, se presentan a premios que se implantaron para las mujeres, a fin de ir reduciendo las represiones y diferencias que estas sufren tradicionalmente, y hace inútil la lucha feminista ya que sin mujeres, ¿qué hay que reclamar? y un etcétera de disparates e injusticias que nunca hubiera imaginado.
Este tema ya se ha debatido en los últimos años, sin más fruto que que se haya aprobado la llamada “ley trans” que legaliza esta distopía. Con lo que no contábamos -y lo digo en plural por mis compañeras feministas que sienten la misma inquietud que yo- es que además de permitir semejantes disparates la ley les diera “patente de corso” a los que se declaren trans. Es decir, que no se puede criticar semejante doctrina ni oponerse ideológicamente a lo que defienden porque quien lo haga se enfrenta a insultos, calumnias y acoso constante de esos personajes, que son impunes en sus conductas, aunque sean delictivas. Mientras al acosado se le acusa de delito de odio. Una figura jurídica que nunca antes, desde que existe el Derecho, había existido. Hasta ahora a los sentimientos no se les consideraba delito.
En resumen, un personaje, al comienzo del año 2021, me dedicó el siguiente párrafo en Twitter: “Una pistola y una bala es lo que deseo en 2021 a esa que hace su activismo en perseguir a las mujeres trans…” No daba mi nombre, pero cuando la Fiscalía recibió esta información -a raíz de otro proceso que ya me había incoado otro personaje llamado Mar Cambrollé por haber firmado una crítica del proyecto, en aquel momento, de la ley trans- encargó a la policía digital que averiguara quien era esa persona y, la policía, con mucha eficacia, lo consiguió. Y la Fiscalía interpuso querella por amenazas de muerte y delito de odio. Lo que indignó a la comunidad trans, que lleva cinco años escribiendo injurias y calumnias contra mí en las redes sociales. Porque a ella no se la puede denunciar ni condenar. Ella es la víctima, como todas las demás trans que se han impuesto en la vida social, laboral y política, con diputadas que así se presentan, con el beneplácito del gobierno de España y de famosas ministras que han hecho de este tema la misión de su vida.
He recibido más insultos soeces y amenazas del colectivo trans que las que sufrí de la policía político-social durante la dictadura. Las amenazas provenientes de Diana que tienen una estructura física masculina han alarmado a mis hijos, que viven en otra ciudad, y me han puesto a cuidadoras pendientes de mi seguridad. Me encuentro, por primera vez en mi vida, viviendo en libertad vigilada.
No sabemos que decidirá la sentencia, pero si reconoce la culpabilidad de Diana los trans están escribiendo ya epístolas victimistas asegurando que serán atacados por grupos violentos, que somos las feministas y que tienen que defenderse. No sé si con una pistola y una bala. Y si por el contrario la absuelven, ya puedo ir cambiando de casa o quizá de ciudad, porque soy demasiado localizable.
Cuando a través de cincuenta y tres años he ido escribiendo libros en favor de los verdaderamente oprimidos, desde 1962 en que publiqué “Los Derechos civiles de la mujer”, hasta sumar 47 títulos, nunca imaginé que podría encontrarme en una situación semejante. Siempre temí que los fascistas me torturaran, como así fue, me encarcelaran, como así fue, y que tales episodios amargaran mi vida y la de mi familia. Pero nunca supuse que pudiera crearse un colectivo gay para perseguirme. Entre mis defendidos tengo varios homosexuales detenidos por la policía franquista, y recuerdo el cariño que me mostraba Pedro Zerolo y como me daba las gracias por la defensa que hacía de ellos y sus reclamaciones, en mis declaraciones públicas en televisión, prensa y radio.
Por eso, y por más comentarios semejantes recibidos en varios países, siempre creí que mi valor era reconocido.
Después de cinco años de persecución, ya he aprendido que en España no hay mérito que merezca la aprobación de según qué individuos. Lo cuento para que las demás víctimas de los trans, pongan las barbas en remojo.
Madrid, 12 mayo 2025.
Lidia Falcón.
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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección