Por Partido Feminista

Apagón para el pueblo, dividendos para la oligarquía

España se apagó el 28 de abril. Literalmente, irremediablemente. El país entero quedó a oscuras, sin luz, sin trenes, sin comunicaciones, y nadie daba crédito a lo que estaba pasando. Pero no fue un accidente ni un capricho de la naturaleza. Fue, como siempre, el resultado de una cadena de irresponsabilidades, negligencias y codicia alimentada desde las alturas: las puertas giratorias, esos ascensores sociales que suben a los ministros caídos a los consejos de administración de las eléctricas, giraron demasiado deprisa.

Diez personas han muerto. Ancianos y enfermos dependientes, que no pudieron conectar sus respiradores, una víctima de un incendio provocado por una vela, varios muertos envenenados por gases de combustión de generadores, y así hasta diez. Diez seres humanos sacrificados en el altar de la rentabilidad energética. Pero no verán sus nombres en los discursos oficiales. No saldrán en las portadas de los periódicos. Son daños colaterales en la cruzada neoliberal de la transición energética «sostenible», ese eufemismo verde que tapa la avaricia empresarial con una capa de pintura ecológica.

¿De quién es la culpa? ¿De la fotovoltaica? ¿De la falta de viento? No, las energías renovables son necesarias, son imprescindibles, pero no así. La culpa es del modelo. Del dogma de mercado que ha entregado la soberanía energética del pueblo a fondos de inversión y multinacionales sin rostro. Como detallan varios informes técnicos que han circulado entre especialistas críticos  el sistema eléctrico español fue conducido al borde del colapso por una combinación letal de desregulación, codicia y falta de planificación.

El 28 de abril, más del 78% de la electricidad provenía de renovables. Fantástico para los balances de las eléctricas, pero letal para la estabilidad del sistema. La generación inercial (la que estabiliza la frecuencia) era ridícula: apenas un pequeño porcentaje provenía de ciclos combinados. Varias nucleares estaban paradas por “mantenimiento”. La hidráulica, en barbecho. ¿Y por qué no estaban conectadas y listas para entrar en respaldo para estabilizar a las renovables? Porque no era rentable.

Los algoritmos del mercado eléctrico -ese nuevo oráculo que rige nuestras vidas- decidieron que era mejor dejar que el sistema se cayera a trozos antes que tener preparadas en modo  “reserva en caliente” unas turbinas que no daban beneficios a corto plazo. Las protecciones automáticas se dispararon como fichas de dominó, y en pocos minutos la península entera quedó dividida en islas eléctricas desconectadas entre sí. Fue una catástrofe, sí. Pero una catástrofe perfectamente evitable.

¿Dónde estaba Red Eléctrica de España? ¿Dónde estaba la CNMC? ¿Dónde estaban los ministros y sus asesores? Quizá afinando sus currículums para incorporarse como asesores externos a Naturgy, Iberdrola o alguna «startup» energética impulsada por el capital riesgo. Las puertas giratorias no sólo giran: devoran. Devoran instituciones, devoran ética, devoran la vida de los más vulnerables.

Y ahora, como siempre, el circo mediático se lanza a discutir si la culpa fue de los franceses, del gobierno central, o de los hackers rusos. Todo antes que cuestionar el modelo. Porque si algo no se puede tocar en esta democracia intervenida es la sacrosanta libertad de mercado eléctrico. Esa que convierte la energía —un bien esencial para la vida— en un casino especulativo gestionado desde Londres o Nueva York.

El apagón del 28 de abril no fue un accidente. Fue una consecuencia lógica de una transición energética gobernada por el neoliberalismo más voraz. No hubo planificación, no hubo almacenamiento, no hubo red inteligente. Hubo avaricia. Hubo desprecio por la vida. Y hubo diez muertos.

A estas alturas, sólo una transición energética planificada, democrática y controlada por lo público puede evitar que volvamos a caer. Hay que decirlo claro: el mercado ha fracasado. Y con él, todos sus cómplices.

No es suficiente con pedir dimisiones. Hay que exigir expropiaciones. Hay que nacionalizar la energía. Y sobre todo, hay que recordar que cuando el sistema eléctrico se apaga, lo que realmente se pone en evidencia es el sistema político que lo sostiene.

MADRID, 6 DE MAYO 2025.

Lidia Falcón

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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección