Por PFE

Se mean en el Guernica y nos dicen que llueve democracia

La visita de Zelenski y Pedro Sánchez al Guernica no es un gesto diplomático inocente, sino una operación de propaganda del bloque occidental. El cuadro que nació como denuncia del fascismo se convierte hoy en un decorado al servicio de la guerra. Mientras España entrega 815 millones de euros al complejo militar-industrial estadounidense, se recortan derechos básicos en casa. Y quienes pagan la factura no son los que posan en la foto, sino las generaciones de jóvenes ucranianos sacrificados en la maquinaria bélica de la OTAN.

Al final, el oprobio se ha consumado. La foto que no queríamos ver ya existe: Volodímir Zelenski y Pedro Sánchez posando sonrientes ante el Guernica, convertidos en figurantes de lujo en el escenario más obsceno que podía imaginarse. El lienzo que nació como denuncia del bombardeo fascista sobre una población indefensa se ha transformado, por obra y gracia de la propaganda atlántica, en telón de fondo para los gerentes de una guerra que sacrifica a su propio pueblo al servicio de las grandes corporaciones occidentales.

Porque no nos engañemos: el régimen de Kiev que preside Zelenski no cae del cielo como una virgencita democrática impoluta. Se asienta sobre los cimientos del Maidan de 2014, aquella operación en la que las legítimas aspiraciones de una parte del pueblo ucraniano fueron capturadas y dirigidas por la injerencia de la inteligencia occidental, por los diplomáticos estadounidenses repartiendo instrucciones telefónicas y por la OTAN frotándose las manos ante la perspectiva de empujar sus fronteras armadas hasta la misma puerta de Rusia. En ese proceso, el nuevo poder en Kiev se apoyó sin pudor en los sectores ultranacionalistas, en milicias que reivindican abiertamente la figura de Stepan Bandera, colaborador de los nazis, y en grupos que exhiben simbología heredera del fascismo europeo que arrasó Guernica a sangre y fuego.

Esos son los aliados. Esos son los socios.

Los herederos políticos de los mismos que bombardearon Guernica utilizan hoy la imagen del Guernica para blanquear su responsabilidad en la masacre de su propio pueblo. La ironía es insoportable. El hombre que acepta convertir a Ucrania en carne de cañón de la OTAN se planta ante el cuadro que simboliza la destrucción de un pueblo sacrificado por intereses geopolíticos ajenos y se deja fotografiar como si fuera el portavoz de la paz. No es la paz lo que representa esa imagen. Es la impunidad.

Y frente a él, nuestro presidente. El hombre que repite sin rubor todos los mantras dictados desde Washington y Bruselas. El hombre que no tiene dinero para garantizar vivienda digna, sanidad pública sin listas de espera y escuelas públicas que no se caigan a pedazos, ni garantizarle a cada español un techo de una vivienda digna, pero encuentra sin pestañear 815 millones de euros para financiar la guerra de la OTAN en Ucrania. Se llama Pedro Sánchez, aunque podría llamarse como cualquier gerente de sucursal: su función es la misma, administrar obedientemente las órdenes del Consejo de Administración del imperio.

Nos dicen que son “ayudas” a un pueblo agredido. Que es solidaridad. Que es defensa de la democracia. Lo que no nos dicen es que de esos 815 millones, una parte sustancial va directamente a engordar las cuentas del complejo militar-industrial estadounidense y los beneficios de los fondos de inversión que controlan la industria armamentística y la reconstrucción. No nos dicen que mientras se recorta en gasto social, se dispara el gasto militar para satisfacer las exigencias de la OTAN. No nos dicen que España paga un tributo de sumisión al imperio para seguir sentada en la mesa de los obedientes más serviles.

Vamos a traducirlo al lenguaje de la vida, no al de los powerpoints ministeriales. Si calculamos el coste aproximado de una beca de comedor escolar en unos 1.000 euros al año por alumno, esos 815 millones permitirían conceder del orden de 810.000 becas de comedor. Ningún niño en España tendría que ir al colegio con el estómago vacío, sin saber si comerá caliente ese día. Ningún instituto tendría que organizar colectas encubiertas para que los alumnos más pobres puedan acceder al comedor. No se hace. Se prefiere alimentar la industria de la guerra.

Tomemos ahora a quienes sostienen el país en silencio: las personas mayores. Con un coste medio modesto, en torno a 2.000 euros al año por persona, esos mismos 815 millones alcanzarían para asegurar un servicio básico de ayuda a domicilio, cuidados y acompañamiento a unas 400.000 personas mayores. Cuatrocientas mil vidas menos condenadas a la soledad, a la dependencia no atendida, al abandono institucional. No se hace. El dinero se reserva para sistemas antimisiles y munición “inteligente”.

Podríamos también mirar a la boca de la clase trabajadora. Literalmente. En España, la odontología sigue siendo un lujo para millones de personas: empastes aplazados, extracciones en lugar de tratamientos, prótesis inalcanzables. Si estimamos un paquete anual de atención dental básica —revisiones, limpiezas, empastes sencillos— en unos 300 euros por persona, con esos 815 millones se podrían financiar tratamientos completos para cerca de 2,6 millones de personas. Más de dos millones y medio de trabajadores, pensionistas y jóvenes podrían sonreír sin dolor, comer sin sufrimiento, dejar de elegir entre pagar el alquiler o ir al dentista. Tampoco se hace. Las encías sangran, pero el presupuesto público no se mueve.

Y claro, puestos a priorizar, siempre será “más urgente” garantizar que el complejo militar-industrial no pase apuros, que sus pobres accionistas no vean mermado ni un céntimo de sus dividendos, que los balances trimestrales de las grandes corporaciones armamentísticas sigan brillando con la luz del dinero público. ¿Cómo íbamos a distraer fondos para algo tan vulgar como los dientes de los trabajadores, o la comida de sus hijos, o los cuidados de sus mayores, cuando hay misiles que financiar para matar a los hijos de otros trabajadores en alguna parte del mundo? Las empresas de defensa también tienen sentimientos, dirán algunos: el sentimiento de ver cómo suben sus acciones en bolsa cada vez que un presidente europeo anuncia, obediente, un nuevo paquete de armas.

Y mientras los directivos se frotan las manos en sus despachos, mientras los fondos de inversión celebran que la rueda del capitalismo siga girando aceitada con sangre ajena, quienes pagan el precio más alto son las generaciones de jóvenes ucranianos enviados, uno tras otro, a la picadora de carne humana que es esta guerra. Una guerra que no les pertenece, que no decidieron, que no buscan, pero que se libra en su nombre para mayor gloria de los beneficios de las corporaciones occidentales y de los intereses geoestratégicos de la OTAN. Ellos pierden brazos, piernas, futuro. Otros ganan contratos, licitaciones, recompensas. Así funciona este sistema: unos mueren, otros hacen caja.

Y es aquí donde conviene recordar un dicho que hoy cobra un significado casi literal: “Nos mean y nos dicen que llueve”. Lo he adaptado un poco para el título de este artículo: “Se mean en el Guernica y nos dicen que llueve democracia”. Esa frase resume a la perfección la obscenidad política y moral del espectáculo al que hemos asistido. Y la infame propaganda imperialista que nos vomitan sus medios de manipulación a diario, hace su magia para que agradezcamos ese maná húmedo y amarillento con que nos rocían a diario.

Mientras tanto, la foto. La foto perfecta.

El presidente de un país convertido en protectorado de la OTAN y el actor convertido en presidente de un Estado semidestruido, posando ante el cuadro que representa la barbarie fascista contra un pueblo indefenso. Ni una palabra sobre las raíces del conflicto, sobre la expansión atlántica hacia el Este, sobre las operaciones de la CIA y el MI6 en el espacio postsoviético, sobre el papel de las corporaciones energéticas y financieras que se frotan las manos ante la posibilidad de repartirse los recursos rusos y ucranianos. Ni una palabra sobre los muertos reales, que nadie se atreve a contar porque cada cadáver tiene un responsable y un negocio detrás. Pero eso sí: declaraciones altisonantes sobre la “paz”, sobre “los valores europeos”, sobre “la defensa de la democracia”. Propaganda en estado puro.

Porque la primera víctima de la guerra es la verdad. Y la segunda, el propio pueblo que la sufre. España no es un espectador neutral. España participa, financia, legitima. Cuando nuestro presidente firma acuerdos de seguridad y compromete cientos de millones en armamento, lo hace en nombre de todos nosotros. Nos han convertido en cómplices, sin consultarnos, de una guerra que no responde a los intereses del pueblo español, sino a los de las élites financieras y militares que dirigen el bloque occidental.

No se trata de elegir entre Zelenski y Putin, como pretende la simplificación infantil de los medios corporativos. Se trata de elegir entre la vida y la barbarie. Entre la soberanía de los pueblos y la dictadura de los mercados. Entre la solidaridad internacionalista y el alineamiento servil con la OTAN. Y el gobierno español ha elegido, una vez más, contra su propio pueblo.

Que nadie se engañe: todos los partidos del régimen del 75 -que ahora celebra su 50 cumpleaños de sumisión a intereses extranjeros- con matices cosméticos, defienden la pertenencia acrítica a la OTAN, la sacrosanta disciplina del euro, el pago de la deuda a costa de la sanidad y la escuela públicas, la subordinación a los intereses de las grandes corporaciones europeas y estadounidenses. Unos se disfrazan de socialdemócratas, otros de liberales modernos, otros de patriotas responsables. Todos trabajan para los mismos amos y contra el pueblo.

Por eso no bastan las quejas.

No basta la indignación moral ante la profanación del Guernica. No basta con denunciar la obscenidad de la foto. Es necesario decirlo con todas las letras: mientras aceptemos el marco del capitalismo depredador y su brazo armado, la OTAN (la mayor organización terrorista mundial), estarán garantizadas nuevas guerras, nuevas fotos, nuevos Guernicas. Cambiarán los escenarios y los protagonistas, pero el guion será el mismo: los pueblos pagan con su sangre y su miseria lo que las élites deciden en sus despachos.

La única salida real no es cambiar de gerente, sino cambiar de sistema. No es sustituir a Pedro Sánchez por otro rostro igual de obediente, sino derribar el poder de las corporaciones que gobiernan desde la sombra, desmantelar la estructura imperialista que hace de la guerra un negocio y de la vida una mercancía. Eso tiene un nombre que asusta a los editorialistas bienpensantes, pero que sigue siendo la única alternativa: revolución. Revolución democrática, social, feminista y socialista contra el capitalismo depredador que nos condena a elegir entre misiles o miseria. Revolución contra un régimen nacido de la Transición que ató a España a la OTAN y a la lógica del mercado. Revolución para que el Guernica vuelva a significar lo que Picasso quiso que significara: el grito de un pueblo que se niega a seguir siendo sacrificado en el altar del beneficio privado.

Todo lo demás, fotos incluidas, es complicidad. Y silencio. Y muerte.

Lidia Falcón – Presidenta del Partido Feminista de España

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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección