Por PFE
Salud Universal para todas en todos los rincones del mundo

Salud Universal para todas en todos los rincones del mundo

Nuestro género Homo, apareció por primera vez hace unos 2.5 o 3 millones de años. Todos procedemos que aquellos homínidos, por lo tanto todos somos hermanos distanciados por la geografía, estos homínidos fueron evolucionando y adaptándose a los entornos diferenciados en el planeta. Hoy se defiende que no hay razas, todos somos uno.

Siendo así, toda la humanidad debería ser hermana y ayudarse, para ello me permito el lujo de esta pequeña presentación:

Yo mujer, he acunado en mis brazos a niños casi de todos los continentes, y les he cantado nanas, y cada uno de estos niños han reaccionado igual, buscando la mirada y el calor humano, la pacha mama.

Mis manos pequeñas, han acompañado en los últimos momentos al moribundo, daba igual el idioma, lo único que necesitaba era sentir la mano, dejando la soledad en el destierro en el momento de la vida más íntimo y desconocido del ser humano.

He caminado junto a muchos seres humanos durante mi vida, y todos teníamos las mismas necesidades. Todos tenemos una debilidad muy grande que a la vez es fortaleza dependiendo del momento de la vida.

¿Qué es la salud? Según la OMS la salud “es un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

¿Qué es la enfermedad? Según esta organización es “la alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible”.

En este mundo, la realidad es que nadie puede aseverar que está completamente sano, ya que lo normal es que siempre tengamos alguna pequeña alteración. Sin embargo, estas alteraciones no suelen impedirnos seguir con nuestras vidas. Solo cuando ellas nos impiden cumplir con nuestras obligaciones o disfrutar de nuestros deseos, es necesario acudir al especialista sanitario.

Todas las culturas tienen sus tónicos y mejunjes para tratar una u otra dolencia. El ser humano siempre ha buscado alcanzar el estado de salud, aunque normalmente solo se reconoce su importancia cuando probablemente estamos enfermos, pues es en ese momento cuando apreciamos la diferencia entre encontrarse en condiciones óptimas para la vida y no estarlo.

En la Constitución de la OMS de 1948 se estableció que la salud es un derecho humano fundamental, y la organización se comprometió a garantizar los más altos niveles de salud posibles para todas las personas. Este fue el primer paso importante para impulsar un trabajo colectivo encaminado a lograr la cobertura sanitaria universal.

La OMS recomendó reorientar los sistemas de salud hacia la atención primaria, ya que, como dice el refranero español, ‘más vale prevenir que curar’. Y es evidente que esta prevención es una de las mejores formas de enfrentar pandemias, prevenir enfermedades cíclicas, infantiles y otras afecciones comunes, además de contribuir a una calidad de vida digna para todos los seres humanos.

Para lograrlo, se crearon alianzas, redes de cooperación y programas globales. Sin embargo, este loable sueño no se ha cumplido del todo, y en 2025 parece que, en vez de acercarnos, nos estamos alejando de esa meta. Lo que antes parecía una visión majestuosa y alcanzable, hoy se asemeja más a un espejismo que desaparece cuando nos acercamos a la cruda realidad del siglo XXI, en la que las desigualdades económicas y sociales están creciendo a pasos agigantados.

Nosotros somos marxistas, y como señalaba Karl Marx en el Manifiesto Comunista: ‘Proletarios de todos los países, ¡uníos!

¿Para qué y por qué nos tenemos que unir?

Nos tenemos que unir porque si no lo hacemos, ganan aquellos que sí trabajan juntos para sacar provecho de nuestro trabajo. Al empresario que debería cuidar a sus trabajadores, en realidad le da igual su bienestar, porque si alguno se enferma, se accidenta o se rebela, siempre puede ser reemplazado por otro.

Por eso, en el capitalismo es necesario el ejército de reserva de trabajadores: esa parte de la clase trabajadora que está desempleada o con trabajos precarios, y que permite al capital mantener bajos los salarios y tener siempre disponible mano de obra barata.

Esta dinámica permite la acumulación de capital a costa de la precariedad y la explotación de los trabajadores. El sistema necesita de una masa de trabajadores inestables, desempleados o mal pagados para mantener la presión sobre quienes sí tienen empleo, impidiendo así la organización colectiva y la exigencia de mejores condiciones laborales.

Los únicos que siempre actúan en unidad son los empresarios, cuya alianza no es casual, sino estructural: en la defensa de sus intereses comunes reside la continuidad de su dominación económica y social. Sus ganancias dependen precisamente de mantener intacta esta lógica de poder, donde el trabajo asalariado se encuentra sometido a las leyes del capital.

Tras esta simple exposición de la situación de los trabajadores en todo el planeta, hay algo fundamental que no podemos olvidar:

Para que los trabajadores puedan producir, en cualquier sistema económico, necesitan tener un nivel de salud aceptable. Por eso, históricamente se luchó por mejorar las condiciones laborales: trabajar 15 horas diarias no era sano. No tener acceso al agua potable cerca del lugar de trabajo tampoco lo era. No poder alimentarse adecuadamente ni en condiciones higiénicas no era sano. Que los niños trabajaran diez horas al día en el siglo XIX no era sano. La mala higiene nunca será sana.

La salud, entonces, no es solo un derecho, sino una condición material para la producción. Y por eso mismo, debe ser defendida como parte de la lucha de la clase trabajadora.

La educación y el conocimiento sobre cómo obtener salud son esfuerzos necesarios en la lucha por el bienestar colectivo.

Mejorar la vida de la humanidad no solo es un deber ético, sino una condición indispensable para transformar las condiciones laborales y promover un acceso equitativo al conocimiento sanitario y a la prevención de enfermedades.

La atención primaria, la vacunación, la higiene, el control de plagas, así como la capacidad de enfrentar epidemias y pandemias, junto con una alimentación adecuada, son elementos fundamentales para garantizar que toda la población mundial alcance un buen nivel de salud y pueda vivir con dignidad. Sin estas bases, cualquier avance social o económico será limitado e injusto.

De hecho, en mayo de 2025, Diario Farma informaba de un hito significativo: los Estados miembros de la OMS, dentro de un marco de financiación sostenible, habían aprobado un aumento del 20 % en el presupuesto de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ascendería a 4.200 millones de dólares estadounidenses para el periodo 2026-2027.

La OMS calificó este incremento como histórico, siendo el segundo aumento consecutivo tras el registrado en 2024-2025, destacando especialmente porque “se produce en un momento en que los gobiernos se enfrentan a restricciones financieras y dificultades económicas”, lo cual subraya el apoyo de los Estados Miembros a la solidaridad sanitaria global y al papel clave de la OMS en este contexto.

Este aumento fue posible gracias a una reorientación de sus estrategias de financiación, luego de que la organización hubiera revisado a la baja sus estimaciones iniciales debido a sus dificultades económicas, principalmente causadas por la decisión del gobierno de Donald Trump de dejar de patrocinar diversos programas de la OMS.

El cambio en la situación financiera se produjo cuando China donó 500 millones de dólares (equivalentes a 444 millones de euros) adicionales a lo largo de cinco años. El vicepresidente y ministro del Consejo de Estado chino, Liu Guozhong, hizo el anuncio durante un discurso en Ginebra, asegurando que «el mundo enfrenta ahora los impactos del unilateralismo y la política de poder, que plantean grandes desafíos a la seguridad sanitaria mundial. El multilateralismo es una vía segura para abordar estas dificultades».

Por otro lado, España también ha anunciado un aumento en sus contribuciones voluntarias: el Consejo de Ministros aprobó una donación de 5,25 millones de euros a la OMS y 2,81 millones de euros a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), demostrando un compromiso renovado con la cooperación internacional en materia sanitaria.

Pero sinceramente, cualquier persona consciente puede darse cuenta de que las cifras destinadas a la salud son apenas calderilla comparadas con lo que se destina al gasto militar.

El gobierno ya nos advirtió desde Moncloa que pasar del 2 % al 5 % del PIB en gasto militar para el año 2035 exigiría invertir aproximadamente 350.000 millones de euros adicionales (en esos 10 años), un monto impuesto por la OTAN como condición para sus miembros.

¿Y cómo dice el gobierno que se podría financiar semejante desembolso? Solo mediante medidas brutales: o aumentar los impuestos a cada trabajador y trabajadora en unos 3.000 euros anuales; o eliminar prestaciones por desempleo, enfermedad y maternidad; o recortar las pensiones en un 40 %; o reducir a la mitad la inversión estatal en educación.

Y, por supuesto, ni por asomo se plantea sacar semejante dineral de los ricos ni de las grandes empresas. No, qué va. El gobierno, muy en su papel, prefiere cargar el peso sobre la espalda de siempre: la clase trabajadora. Porque claro, ¿para qué tocar a los dueños del capital si puedes exprimir un poco más a quienes ya apenas sobreviven?

Lo que propone no es solo injusto, es un auténtico disparate social: extraer más plusvalía y riqueza de las clases populares para alimentar la voracidad de la industria armamentística, esa gran beneficiada del negocio de la guerra.

Como si necesitáramos más pruebas de quién manda y quién paga.

Frente a esto, queda claro que los verdaderos señores de la guerra no buscan la paz ni la salud: su negocio es la muerte, la enfermedad, la precariedad. No les interesa la salud mundial ni mucho menos la justicia social. Al contrario: para ellos, la enfermedad es un negocio, no un problema a resolver.

Este tema, sin duda, merece un análisis más profundo en otro trabajo. Pero hoy hay que decirlo alto y claro: mientras sigamos priorizando los intereses de quienes viven del conflicto y la explotación, jamás lograremos construir sistemas sanitarios justos, universales ni dignos de una sociedad humana.

La sanidad universal no es un lujo: es una necesidad vital.

Las enfermedades provocadas por la pobreza y la desigualdad no respetan fronteras ni zonas geográficas. Los insectos también migran, y el viento transporta esporas que generan alergias y otras afecciones. En un mundo globalizado, la salud de uno es la salud de todos.

La humanidad, como conjunto de seres vivos interdependientes, necesita de cada uno para garantizar una vida digna en este planeta. Y si queremos alcanzar esa dignidad, también tenemos que cuidar del planeta, porque si la Tierra enferma, todos moriremos con ella.

Como se puede ver, todo está conectado. La salud, la justicia social, el medio ambiente y la solidaridad internacional forman parte de un mismo sistema global. Por eso, retomando una frase de Marx:

«De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades».

Esa consigna sigue siendo hoy más vigente que nunca. Porque mientras unos se llenan los bolsillos con la enfermedad ajena, otros mueren por no tener acceso a una pastilla, a un médico o a un vaso de agua limpia.

No podemos olvidarnos de la salud de quienes viven lejos de nosotros, porque hoy los kilómetros ya no son barreras. La globalización y los viajes transatlánticos han demostrado que las fronteras solo nos afectan a los humanos, no a los virus ni a las condiciones de vida insalubres.

Hoy por ti, mañana por mí.

Si queremos un mundo más justo, más sano y más humano, tendremos que construirlo juntas, unidas bajo un único objetivo: la revolución del proletariado, con el fin de conseguir salud para toda la población mundial.

No podemos seguir permitiendo que el lucro esté por encima de la vida. No podemos aceptar que los presupuestos militares superen mil veces los destinados a la salud pública. No podemos resignarnos a que el planeta enferme junto con sus habitantes.

El cambio solo será posible si nos unimos.

No habrá futuro digno sin salud para todas las personas. Ni justicia, ni paz, ni desarrollo real serio si no somos capaces de priorizar a las personas por encima del beneficio.

La salud no es solo un derecho individual, es un pilar fundamental en la lucha por la igualdad y la emancipación de las mujeres.

Acceder a una atención sanitaria pública, gratuita y de calidad es una necesidad para todas las personas, pero para las mujeres representa también una herramienta de empoderamiento y liberación. La salud reproductiva, sexual y mental no puede estar condicionada por el lugar donde naces, por tu nivel de ingresos o por el sexo con el que naciste.

La violencia machista, muchas veces invisible, también se ejerce a través del acceso restringido a servicios sanitarios: cuando se niega el derecho al aborto seguro y legal, cuando se minimizan los dolores femeninos en las consultas médicas, cuando se criminaliza la maternidad en contextos de pobreza, o cuando se descuida la salud mental de las mujeres víctimas de violencia.

Una sanidad universal debe garantizar no solo la vida, sino la dignidad. Debe formar parte de una red social justa, que proteja a las más vulnerables y que rompa con las estructuras patriarcales que convierten la salud en privilegio de unos pocos. En una sociedad igualitaria, la salud no puede ser mercancía ni arma de opresión.

La lucha por la salud universal es inseparable de la lucha feminista.

Es parte de la revolución que necesitamos: una revolución que garantice derechos, que termine con la violencia machista, que reconozca a las mujeres como iguales, y que sitúe las necesidades básicas imprescindibles para una vida digna, no el lucro, en el centro de nuestros sistemas sanitarios, sociales, educativos…

Porque sin salud, no hay libertad.

Y sin libertad, no hay igualdad posible.

Juana María Aguilera Tenorio y Elena Vélez

Miembras de la Comisión Política del Partido Feminista de España – Septiembre, 2025

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Lidia Falcón O’Neill es autora de numerosos artículos, que pueden consultarse en la siguiente dirección